CRÉMER CONTRA CRÉMER
Tiempo para la historia
NO SE TRATA de especular con la Historia, sino de atenerse a la realidad y anotar en los anales aquellas operaciones, sucesos, acontecimientos, que por su significación y entraña histórica merecen ser calificados de históricos. Es obligado para ello desdeñar, seleccionar de entre la paja el grano y decidirse a la hora de la verdad por aquel capítulo que merezca ser incorporado al epítome histórico inscrito en nuestro documento nacional de identidad. Porque no todo lo que se menciona y hasta se inscribe con letra mayúscula, es digno de ser considerado como hecho de significación digna de anotación. Por ejemplo, en este tiempo brumoso y ruidoso se ha producido uno de los hechos de mayor raíz de cuantos aparecen en la panorámica universal: «Fidel Castro, el generalísimo cubano, el autor de la nacionalidad cubana después del tiranillo Batista, ha decidido declinar su compromiso, contraído un día heróico de hace cincuenta y nueve años: un grupo de muchachos, desde Sierra Maestra ensanchaba la ilusión revisora y conseguía dominar los ímpetus dominantes de los Estados Unidos». Fidel Castro fue sin duda uno de los personajes de mayor relieve y resonancia de los últimos años. Dominado por su propia naturaleza y no vencido ni humillado, deja el poder, posiblemente en manos de su hermano Raúl y se dispone a seguir el curso de los astros, en su tumbona de enfermo. No caben las doctrinas ni los discursos sectarios: Fidel Castro fue un gran hombre y acaba su reinado como lo que fue siempre. Que la historia le perdone si cometió extravíos, que ¡ay! más se perdió en España¿ Kosovo se constituye en nación independiente y España se margina de cualquier compromiso de reconocimiento, lo que no le obliga a retirar los soldados que prestara para permitir que la nueva tierra independiente viva su vida. Y, lo que a nuestro humilde entender y parecer, nos duele en el alma: «Cendemos votos». Señores y señoras de la sala, España en estado puro de elecciones pone a disposición de los candidatos y sus afines votos. Se ofrecen opiniones por dos euros partidas más o menos decisorias por ciento y más euros. Se vende todo, hasta la dignidad. Y ya no se puede hablar de transfuguismo sino de mercadería. Nunca, ni siquiera en los tiempos clásicos cuando se cotizaba a la baja el voto de los barrios (un voto, un duro) nunca, digo, se dio el caso descarado, indecente de que los portadores de valores políticos fueran de naturaleza tan maleable como para no tener inconveniente en vender el voto, su voto, que era y sigue siendo una de las muestras de dignidad más acusada, ya que quien vende su voto, es decir, su opinión, su manera de ser y de entender la sociedad, está en situación ética de vender a su padre. Y con razón se cita en esta ocasión a la venta de los poderes sagrados de los hermanos cuando se menciona para ello y por ello la cesión de la honestidad por un plato de lentejas. Ni vencedores ni vencidos: solamente mercaderes bajos, gitanos sin escrúpulos, quincalleros sin conciencia. ¡Se vende el voto!