CORNADA DE LOBO
Tortas santas
LOS DIOSES -sostiene Marvin Harris-no existían hasta que en las zarracinas picudas y guerras entre hombres o tribus necesitaron reclutar el aniquilador auxilio del Cielo para dar aliento moral a propios y aterrar a extraños. Primero se descubrió la pedrada, el garrotazo y la lanza; después, se inventó un dios... y por eso cada cual tiene el suyo, que es el único verdadero para así poder negar siempre al otro (sólo en Birmania están reconocidos oficialmente más de doscientos mil... y de la contienda incivil aún no salen). Resumiendo: guerras y dioses fueron desde un principio juntos, incluso aquellos que nacieron o descendieron para predicar la paz estableciendo la armonía entre impares; al final, también les alistaron poniéndoles al frente de ejércitos hebreos, de mesnadas del Cid, de Almanzor o del ejército norteamericano con capellanes y misas en Irak... o nombrando a la Virgen coronela de tal o cual regimiento. No cuadra mucho ver modosos monjes budistas de beatífica compostura (no pueden destripar una sola hormiga sin caer en pecado y sin que frunza el ceño su cielo contrariado) quemando tiendas de chinos ocupantes de su Tibet chinizado, rebrincándose muy chinados contra el chinorro de la porra, alentando la algarada contra el ocupante y levantándose en estragos contra el genocidio cultural que firma Pekín sin despeinarse ese tupé lacado que llevan todos los seis mil del comité central. Pero se entiende esa sublevación. Hartos están tras décadas sin patria propia. Ante la ofensa de un enemigo, ha de ponerse la otra mejilla, cierto, pero no hay texto sagrado donde se indique que después de la segunda leche haya que poner además el culo. También en una ocasión Jesús de Nazaret (al que algún historiador sitúa en la mística Asia durante su vida oculta) perdió la compostura y, cogiendo un zurriago, montó un alboroto con tortas santas en el templo jerosolimitano. Ya, pero al morir, ordenó envainar espadas y ese fue el mandato final que no se sigue ni cuadra tampoco con esos romanotes de pecho lata que tantas procesiones incrustan blandiendo armas de muerte afilada, ni con las tortas cofrades de Loja o Cuenca y tanta tropa con rifle o sable dando escolta a tallas y rezos. En fin, las guerras se harán siempre por dinero, pero al final alguien acaba metiendo a Dios en ellas.