LITURGIA DOMINICAL
Paz y misión
«Paz a vosotros» es el saludo de Cristo resucitado, para los primeros discípulos y para los de todos los tiempos. Y con ella, la misión. La misión de la paz y la paz de la misión. La misión de hacer vivo y «vivible» el estilo de vida de Jesús, el Evangelio. La paz que sólo Él saber dar, la alegría de ir por el camino elegido por Dios Padre para la más preciosa de sus criaturas, la hecha a su imagen y semejanza. La paz de Cristo es la alegría de reconstruir nuestra vida y ofrecerla gozosamente a los demás. Es la paz del que se mueve, se inquieta y sale de sí mismo. Es la paz de la esperanza y de las puertas abiertas. Por eso dice el texto evangélico que «se llenaron de alegría al ver al Señor». De esta paz habla la Carta de Pedro: «Bendito sea Dios que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesús, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva...» Así la Pascua hace nacer a la comunidad cristiana. Sin Pascua no hay comunidad cristiana, aunque haya ritos, oraciones, santas reglas y hasta el mismo techo. En esto se diferencia la comunidad cristiana de las demás comunidades: los une la vida de la Pascua; los une la esperanza de nacer siempre de nuevo. De ahí el sentido del domingo y de la eucaristía dominical: la comunidad afirma su esperanza como si todo el largo pasado fuese un ayer muerto, como si el futuro fuese su única vida. «Quien mira atrás no es apto para el Reino de Dios» ha dicho Jesús. Ahora lo comprendemos mejor: quien no muere cada domingo a su pasado para renacer al futuro que se debe construir, ése no puede llamarse cristiano. Una preciosa explicación de lo que es la Iglesia desde su origen: constantes en escuchar la enseñanza de los Apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Por eso, eran bien vistos de todo el pueblo, porque vivían unidos y compartían todos los bienes, sin nada propio, sin indigencia, atendiendo las necesidades de cada uno. Daban testimonio comunitario, eclesial, de vivir una nueva creación: encarnaban la Pascua del Señor que los había transformado. Es el ideal de la comunidad cristiana de ayer, de hoy y de siempre. El espejo en el que cada comunidad al nivel que sea quiere reflejarse. Y al ser conscientes de que no lo conseguimos a causa de nuestra flaqueza humana, debemos volver a pedirlo como fruto de la Pascua del Señor. La comunidad cristiana es sacramental. La fe en Cristo se expresa y alimenta en los sacramentos. En el Bautismo, por el que «nacemos de nuevo» -nos lo die san Pedro en la segunda lectura- y por el que somos agregados a la Iglesia. En el sacramento de la Reconciliación penitencial, que Jesús encargó a su Iglesia, como hemos leído en el evangelio. Y en la Eucaristía, el sacramento que más veces celebramos, como memorial y participación en la Pascua del Señor. La comunidad cristiana es también fraterna y misionera. Ojalá se pudiera decir también de nosotros lo que Lucas afirma de los primeros cristianos: que vivían unidos, que todo lo tenían en común, que eso hacia creíble su testimonio en medio de la sociedad. Los cristianos no sólo nos preocupamos de salvarnos cada uno, o de construir fraternidad entre nosotros, sino que somos «misioneros», queremos evangelizar -llenar de la Buena Noticia- la sociedad en que vivimos, empezando por nosotros mismos.