Los filipinos más pobres surten el mercado negro de riñones para los trasplantes
Cerca de medio millar de extranjeros se van cada año de Filipinas con renovadas esperanzas de vida después de recibir un riñón donado por algún filipino, en muchos casos a cambio de dinero. Filipinas, un país con unos 24 millones de pobres que subsisten con menos de un dólar al día en gigantes barrios de chabolas, es un buen lugar para los desaprensivos que sacan partido de la desesperación que lleva anualmente a decenas de filipinos a vender un riñón para mejorar sus condiciones de vida. En el mercado negro filipino, por un riñón se pagan, por lo general, de 70.000 pesos a 120.000 pesos (de 1.750 a 3.000 dólares), una cantidad respetable para un filipino con familia numerosa que, por descargar fardos en el muelle, ganará en un año mucho menos que eso. A la mísera barrida de Bacora, al sur de Manila y cerca del puerto, los diarios y la gente la llaman la «isla del riñón» desde que los frailes del lugar denunciaron que al menos 300 habitantes de los cerca 16.000 que allí se apretujan vendieron alguno de sus riñones con el sueño de poder salir adelante.