El paisanaje
Tocomocho
TODAVÍA HAY clases, como en la Renfe. Acaba de salir la sentencia del caso Gescartera que a algunos nos ha producido tanta hilaridad como cuando Toni Leblanc y Alfredo Landa llevaron al cine la conocida obrilla teatral de Jardiel Poncela Los ladrones somos gente honrada , en la que uno hacía de listo y el otro de tonto para engañar al primer lelo que pasara por la calle con un falso décimo premiado en la lotería de Doña Manolita. Casi siempre picaba alguien, generalmente una pobre vieja, y ambos golfos hacían mutis por la primera esquina a lo «si te he visto, no me acuerdo». El final de la película era, no obstante, ejemplarizador de acuerdo con la moralina puritana de la época, de modo que Leblanc y Landa acababan fichados y dejando todas las huellas dactilares en comisaría -tocar el piano, le llamaban ellos- antes de dar en el trullo. Hoy vivimos en los tiempos de Torrente, el brazo tonto de la ley, así que la Audiencia Nacional se ha limitado a condenar a los cuatro principales timadores de Gescartera, incluido el estafador mayor y propietario del caído chiringuito financiero, Antonio Camacho, a penas que oscilan entre tres u once años de cárcel. Calculando que casi todos han cumplido ya tres o cuatro, que en el economato de la prisión no falta ningún bote de fabada, que han sido chicos de buena conducta sin pegarse con nadie en el patio, lavándose ellos mismos la ropa redimiendo penas por el trabajo y no como el otro Camacho, el de la selección nacional de fútbol, que sólo valía para sudar la camiseta y no vea usted el sobaquillo en los telediarios, sus abogados dan por seguro que al que más de estos pringados le quedan un par de nochebuenas entre rejas. Echando las cuentas y teniendo en cuenta que entre los cuatro se han llevado la nada despreciable cantidad de 90 millones de euros, equivalentes a 15.000 milloncicos de las desaparecidas pesetinas, si es por idénticos afanes en Mansilla de las Mulas, servidor se apunta al convenio colectivo, máxime contando igualmente que no le van a descontar retenciones fiscales en la nímina. Respecto a la reinserción social de mi persona en Copacabana o Marbella cuando me dieran el despido de la cárcel, por otro nombre la boleta , no se preocupe su señoría el juez, porque corre por cuenta mía, cuanto más rápido y lejos mejor. Hay sesudos economistas que sostienen la teoría de que, en cuestión de delitos financieros, el dinero siempre deja huellas fáciles de seguir. Podría ser, pero rebobinando en la memoria uno recuerda como mínimo una docena larga de casos en los que a la pasta se le perdió la pista. Cuando Franco los telares de Matesa, el aceite de Redondela, Fidecaya y el caballito loco de mar de Sofico, el de las primeras urbanizaciones turísticas del Mediterráneo. En tiempos de Felipe Fonzález aparecieron Roldán, el director de la Guardia Civil que robaba a los huérfanos de los picoletos, el del gobernador del Banco de España, Mariano Rubio, que luego firmaba los billetes de curso legal de a mil pesetas, Vera y Barrionuevo con fondos tan reservados que no han reintegrado ni un duro, los gerentes de la Cruz Roja, del BOE, o de la Expo de Sevilla, donde se inventó el pellón , unidad monedaria de mil millones de pesetas como medida de las contratas de la época. Y así la tira. Ahora le toca el turno a Gescartera, lodo que viene de los polvos de cuando el gobierno Aznar y pronto también la sentencia del Forum Filatélico, donde quedaron entrampados varios miles más de ahorradores de Zapatero. Esa, que está por caer, es otra. Los aficionados a las películas del far west , por otro nombre de indios y vaqueros, en las que se sabe quién es el bueno desde el principio, sospechamos que para seguir las huellas de tanto dinero robado haría falta el indio Jerónimo y tres rastreadores hakercomanches de la tribu de Walt Street. Los de Hacienda y el Banco de España no sirven, porque cada vez que nos asaltan la diligencia se les pone el rostro pálido. Y otra cosa más que despista un tanto. Varias entidades religiosas han sido pilladas a lo idiota, como dirían Toni Leblanc y Alfredo Landa, en lo de Gescartera. Entre ellas destaca el obispado de Astorga. Probablemente se tomaran muy a golpe de pecho la parábola de los talentos para sacarles rentabilidad, olvidando otros deberes fiscales, tal que darle a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Si se hubiera conformado el obispo con un diezmo del 5%, aún perdiendo la mitad de lo que prometía Camacho, le hubiera ido mejor. Es lástima que Landa y Leblanc estén ya retirados del cine, porque servidor pensaba ofrecerles a medias conmigo el siguiente guion: «Machos, nada de estampitas, cepillos, órdenes mendicantes ni hostias». Atracamos a Camacho y nos prejubilamos.