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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Cuando los árboles no dejan ver el bosque

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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POR UTILIZAR UN término de uso frecuente y de traducción fácil, digamos que estamos, que España está en oferta. Quiero decir que está que lo tira; que se ofrece a retazos, que se entrega por amor al primero que llega. Y esto, se supone es secuencia natural del advenimiento de las elecciones. Las elecciones es un cierto estado de espíritu, de economicismo y de generoso desprendimiento que permite pensar en la transmutación de las ideas, de los sentimientos y de la manera de entender el lenguaje de las flores y de los curas de las distintas parroquias de la gran diócesis hispano-parlamente. Desde que oficialmente se declaró abierto el plazo para la caza del voto, surgieron de los más recónditos repliegues de la España política, económica y eclesiástica los ofrecimientos más insólitos y más tentadores: desde el grupo político que se adelantó a ofrecer la rebaja del precio de la leche, hasta quienes se empeñan en demostrar que la generosidad es patrimonio de la fase y corren a prometer y prometen que se aumentarán las retribuciones de los sueldos y jornales hasta límites que hacen concebir la idea de muy bien pudiéramos encontrarnos ante una cierta operación milagrosa por la cual se nos concederá la gracia de la felicidad. España se siente ofrecida, concedida, otorgada, solamente a cambio de que la población no se ande con reticencias y se apresure a colocar todos los efectos que pudieran servirnos para mover el ánimo pernal, antes de que aparezcan los nuevos. Y se brindan oportunidades únicas para alcanzar un piso barato o un cargo de fácil entendimiento y un futuro para nuestros hijos que nos permitan concebir la operación política del voto como un milagro, bueno, bonito y barato. Hasta tal punto y coma se ha llegado en generosidades, en dádidas y en obsequios, pues por un cargo de nada, por un enchufe de perra gorda se puede llegar a conseguir incluso un puesto bien remunerado para la niña y los más ambiciosos colmarán sus deseos consiguiendo al fin «el puesto que tienen allí», como se cantaba cuando España aún no estaba para músicas. Se han descubierto ofertas de pura magia, como por ejemplo, la de dotar a las bellas de la promoción, de cinturas de avispa, de vuelo de campana y de agitación de diávolo. Un verdadero primor que obliga más aún a votar. Mucho más cuando, por ejemplo, poner banderas en las terrazas nada menos que porque el líder de la fórmula conservadora de la España árida y escéptica se ha adelantado ofreciendo, perfectamente en serio, con la mano puesta sobre el Fuero Juzgo, «plantar nada menos que 500 millones de árboles para liberar de sus miserias a la legislatura». O sea nuestra generosa disposición política es de tal naturaleza que la iniciativa supondrá plantar 500 arbolitos durante los años que se nos proponen como signo de redención hispana. Y no lo hemos podido remediar: nos hemos echado a llorar, porque seguro que si se lleva a cabo el proyecto arbóreo, tantos árboles no nos dejarán ver el bosque. ¡Y será la leche!