Daños y beneficios

¿ESQUÍ o escopeta?, ¿caña o colector?... ¿quién hace más daño a una montaña o un río?... En el puerto de San Glorio, como en todos los altos entre valles en contienda, se juntan dos avalanchas contrarias: los que quieren una estación de esquí y los que piden escudo para la vida silvestre dejando la cosa como está. Los unos claman por redimir al lugareño de aquellos abandonos que exilian o matan y los otros por preservar la riqueza biológica que allí quede. A estos últimos les replicaba uno de Boca: ¿pero qué es peor, unos esquiadores en dos colinas o todas las escopetas que entran y campan con estampida y muerte por todos los vericuetos de una reserva?... ¿por qué no os metéis contra esa artillería del fabuloso negocio de la caza?... Ir contra la industria cinegética en España es dar coces contra el aguijón. Sacan más las juntas vecinales vendiendo carne con cuernos que cuidando el monte y su potencia forestal. La caza es sagrada e intocable en el morral concejil, en instancias públicas y particulares o en los viejos fueros y costumbres. Italia abolió la caza por referendum, pero eso es por ahora impensable en esta península tan llena de cazaderos rentables y de cerebros con gatillo. El ecologismo bien informado lleva algún tiempo denunciando la indiscriminada apertura de pistas forestales para que la reservas se conviertan en cómodos cazaderos de tanta corte señoritona y cartuchera que luce aquí su privilegio o de esa tropa paleta de nuevo rico que alardea de su posición pagando quince mil euros por despanzurrar una cabra montesa para después meterte la cuerna por los ojos en su salón... o pabelloncito de caza que algún hortera no ha tenido pudor alguno de levantar junto al chalet para hacerse allí las cuchipandas y braseos de peña y cuadrilla. La Junta, sin encomendarse ni al dios del informe ni al diablo de lo que venga, tira de cartabón de despacho o de decreto dedón para violar montes vírgenes o hayedos sagrados abriendo pistas forestales por donde le peta; y hasta en esta Diputación he visto aprobarse alguna carretera no tanto por que lo demadara o necesitara algún pueblo muerto, sino porque algún alto funcionario y otros mandamases iban a cazar por allí y los baches le sentaban mal a su tocarrera de doble tracción.