Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Después de la batalla

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ASÍ COMIENZA UN HERMOSO POEMA de César Vallejo, que es poeta para hombres, «Después de la batalla se oyó la voz de los muertos». Pues algo así, aunque con menos fantasía, sucede en la España heroica: Después de las elecciones, dijo el muerto: «Hemos ganado». Y siguió muriendo. El hombre, al final de la contienda traspasó la comunicación: «Se acabó el mentir de las estrellas y ha sonado la hora tremenda del pan de cada día. Se reunieron los hombres nobles del campo, recogieron las hierbas secas y comprobaron que el campo, un día fértil y animoso, se había convertido en un erial, en un verdadero campo de pasmo. La gente del norte se dispone a esperar el fruto del sur, y entre los más demandados, aunque parezca una invención, figura la humilde, próvida y generosa patata. La patata es el tubérculo más humano de cuantos se inventan para la supervivencia del ser nacido de hombre y mujer. Y la oscura manipulación de los arribistas, de los logreros, de los manipuladores de los bienes comunes está consiguiendo que el pícaro acabe vendiendo sus primogenitura no por un plato de lentejas, sino por una patata. Los más ancianos y pobres de la localidad, aún recuerdan cuando, como «respigadores», seguían a los cultivadores y cosechadores para conseguir recoger la triste y pobrísima patata a merced de los más necesitados de la localidad. Como las cosechas solían ser copiosas, los labrantines permitían que la grey hambreada recogiera los tubérculos abandonados, que se convertían en algo así como en la limosna del cielo. Hasta que la general necesidad derivaba de una economía que no acaba de dar de sí, convirtió la patata en una joya de la corona y lo que en tiempos de bonanza se recogía gratuitamente o apenas si superaba los cinco centímetros en almacén, los especuladores, economistas del hambre, levantaron los precios hasta situar el kilo de la humilde patata en un euro, que es ya una fortuna para emigrantes, imposibilitando ya la gloriosa costumbre nacional de elevar a la categoría de manjar la anécdota de la patata. Y fue entonces, desde el momento en el cual se consiguió que la patata era ya una especie o artículo o género casi inalcanzable, cuando nos dimos cuenta exacta de la magnitud de nuestra derrota política, cultural y religiosa. Y lo mismo que se acabaron los inmigrantes que iban por el monte solos, se acabaron los sencillos, humildes y pacíficos consumidores de patatas. Conseguimos cubrir los plazos electorales, tan cargados y ricos en promesas, sin que la sangre llegara al río, pero ¡ay de nosotros! Se nos rompieron las carnes cuando comprobamos que la patata, nuestro alimento tradicional, había traspasado las fronteras de lo posible para la mayoría de los ciudadanos, para transformarse su adquisición en una aventura, en un negocio sucio, sólo para pudientes, para ricos, para seres dotados de fortuna. De la noche a la mañana hemos entrado o nos han empujado hacia la auténtica miseria, representada en la inalcanzable supervivencia asegurada desde nuestra infancia por la patata. Nos encontramos, señor Solbes, en plena economía de la patata. Suena la voz tremenda del oráculo que vaticina: «Mi reino por una patata». Y los muertos siguieron muriendo. Pero con patatas y sin patatas, ¡resistid humanos!

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