Diario de León

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COMO tú no tienes ni puta idea de cocina ni te importa el asunto ni quieres aprender a freír un huevo ni te arrimas a recetas ni preguntas el cómo o el por qué ni distingues los sabores... o los juntas y ameces para engullirlos todos a la vez y masticar poco, pasta blanda, pan de goma-espuma, salsas a cucharón, grifo de quéchup, carne picadita, pescado quitallá, verdura ni verla (o en pesebre, si vas de vegetal o de revista), postres elegidos, entre horas y sin duelo, o si te dejaran, un caldero de jaguendás... en fin, como tú no aprecias ni sustancias ni matices y pasas de agradecer y de besar lo que comes (y alguna vez también a quien te cocina, llambrión), pues pasa de leer hoy esta galerada en columna que te va a interesar un bledo (o un pedo, como te gusta decir), porque hablamos de comida, de nutrirse... y de esos sabores que quedan grapados al paladar infantil, el que nos dibuja y determina el gusto y el gozo con aquellas sensaciones de voracidad colmada que tuvimos cuando éramos mamoncetes de ubre o críos de zampar. Al tema: en un suplemento dominical viene una receta israelí que comen para desayunar los embajadores de Tel Aviv en Madrid. El plato se llama «shakshuka» (tú dí sacasuca) y es idéntico a uno escrito en mis cenas de guaje y de después, aquella sartenada de pisto gradualmente pochado y sofrito al que se añaden al final unos huevos hasta que se cuaja la clara, pero no la yema, y allí se moja el panorro de miga tierna o se acuchara el conjunto con tostitas de pan frito mezclando todo, tomate abundante, cebolla, pimientos rojos y verdes, ajito, pizca pimentonera y... laurel. Sin embargo, en la receta judía se perfuma el guiso con cilantro, hierbas provenzales, sésamo y picantes. Por lo demás, la receta es idéntica, otra prueba más de tanto regusto judío en nuestro recetario tradicional y «cristiano»; eso sí, disimulando la copia para no parecer sospechos de ser marranos conversos (esto lo explica muy bien Manuel Durruti), así que eliminamos toda hierba y especia que son ley en la cocina hebrea... y entonces llamamos a este plato «huevos a la flamenca», jodó, con un par y como si lo hubiéramos inventado, pero es cena del viernes israelí (nuestro sábado sabadete). Allí lo comen con un vino dulce de víspera de fiesta. Pero aquí, a falta de vino, con un vaso de leche y palacama. Genial.

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