Diario de León

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ANTORCHAS ardiendo y teas atadas al rabo de raposas arreadas hacia los campos y mieses de los filisteos fueron un arma hebrea no demasiado eficaz o disuasoria con aquel enemigo recalcitrante hasta que descubrieron algo más letal y definitivo, la humilde honda de un David ñarro que descalabró al matón Goliat de una sola pedrada tumbando su gigantez aterradora, rebajando su nube al suelo, enmudeciendo a la grada... y se acabaron las hostialidades (que diría González de Lama). Esa antorcha olímpica, que no deja de ser noticia allá por donde va, tiene ahora un fuego que es mentira, pues ya no es la llama que tan litúrgicamente se enciende como prólogo a los juegos en el monte Olimpo y en medio de un corifeo muy teatral de paisanas o doncellas con túnicas cándidas como si fueran hetairas, aquellas cortesanas cultas que en la Grecia clásica daban vino, conversación, pico y lo que fuera a los cacicotes de la cosa. Esa llama la apagaron en Francia en las sitemáticas algaradas que va despertando allí por la llevan de paseo. Se protesta contra la China Pupulá (así pronuncia Carod) que jode al jodido Tibet y, suponiendo que tendrían que haber vuelto a Grecia a reencenderla recuperando el fuego sagrado y ritual con el chisquero de Zeus que le inventó Arquímedes con espejos cóncavos, hemos visto otra vez la tea metálica, oh maravilla, ardiendo en San Francisco... pero la llama de ahora es hija de mechero, fuego barato, gas de los avernos, ya no el soplo ardido de los dioses, ya no la bendición del Olimpo... y eso, para los maniáticos del rito, es mala cigua (suerte, amuleto de fortuna que representa un puño cerrado con el pulgar sobresaliendo entre los dedos y realizado tradicionalmente en coral o azabache para colgárselo al pescuezo de rorrós y criaturas junto a medallas y sortilegios para espantar males). Esa antorcha olímpica atada al rabo de los mandatarios que anuncian su no comparecencia en la ceremonia inaugural de las Olimpiadas de Pekín no les quemará las mieses a los chinos ni les disuadirá de su aberración imperialista, o de la masacre tibetana. Al gigante chino no le tumba una llama. Alguien habrá de descubrir una simple honda, una pedrada de la razón, una inteligencia atinada que abra una simple brecha por la que le entre al chino la luz de la decencia y de la humanidad.

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