Diario de León

El paraguas releva a la peineta

La edición número 161 de esta fiesta universal pasará a la historia como una de las más lluviosas, aunque sevillanos y foráneos han sabido aprovechar los buenos momentos

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Cecilia Cuerdo - sevilla
León

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Roja y con lunares blancos, la bota de agua se ha convertido en el más moderno complemento de moda, y el paraguas reina con diferencia entre turrones, algodón de azúcar y juguetes en los puestecillos. La edición 161 pasará a la historia de la Feria de Abril como una de las más lluviosas, aunque los sevillanos y foráneos, haciendo caso al refrán, ponen al mal tiempo buena cara y han aprovechado los escasos ratos de tregua que ha concedido el agua para tomar al abordaje las casetas y parapetarse hasta que el amanecer aprovisionados con manzanilla, jamón y tortilla. Pocos son los que, pese a las intensas lluvias de los cinco primeros días, han resistido la tentación de no pisar este año el Real de la Feria, convertido en un auténtico lodazal. Unos «litros» de agua no pueden con el ánimo de los sevillanos, que antes que renunciar a su otra fiesta grande se limitan a cambiar los rituales. «Otros años solemos ir de caseta en caseta de los amigos», señala Irene, «aunque ahora llegamos a la primera y de allí no nos movemos». Otra amiga, Reyes, apostilla que «una vez dentro, empiezan a salir el rebujito -mezcla de manzanilla y seven-up a nueve euros la jarra- y la gente ya no sabe si está lloviendo, truena o hace sol salvo por la aparición de alguna gotera». «Se sobrelleva», sonríen, «porque para estar en casa estamos en la caseta con los amigos y nos divertimos». Por suerte para los comerciales y responsables de las 1.047 casetas públicas y privadas que pueblan el real, esta actitud ha permitido salvar su situación económica a medida que avanzaba la semana, pues tras la escasa afluencia de público del martes más de uno temió que se le quedase sin salida toda la comida y bebida adquirida y perder el negocio. Segunda diferencia: la vestimenta. Más allá de incluir alguna prenda de abrigo o impermeable, y de que la cabeza femenina destaque más por el paraguas y el cabello revuelto que por la peineta y la flor, los sevillanos se han adaptado rápidamente a la nueva situación. Mientras los hombres parecen no estar demasiado incómodos con los pantalones salpicados de barro, los trajes de flamenca recién confeccionados se reservan para los últimos días de Feria, cuando la previsión apuntaba que cesarían las lluvias, y se han sustituido por los modelos más viejos. «Así no importa que el bajo acabe destrozado y amarillento», dicen las flamencas. Deshacerse de modelos Una situación parecida ha ocurrido con el calzado. Sin llegar a las zapatillas de deportes (proscritas en una celebración donde la corbata y la chaqueta son más obligatorias que en la City londinense) muchos han encontrado en la feria la excusa perfecta para deshacerse de algunos modelos ya pasados de moda o demasiado gastados. Tercera diferencia: los toros. Ni los más viejos recuerdan que la Policía tuviera que interceder para echar de la Maestranza a los toreros porque querían torear. Al igual que el lunes y el martes, las autoridades decidieron suspender el miércoles la corrida, pero al irse las nubes los diestros Salvador Vega, Salvador Cortés y Daniel Luque deseaban enfrentarse al toro y aguantaron en el ruedo a que la presidencia reconsiderase la decisión. De nada sirvieron los pitos y abucheos del público hacia los agentes de la autoridad, y los toreros fueron despedidos entre aplausos. Cuarta diferencia: el paisaje. Las calles del recinto ferial -quince y con nombres de torero- embarradas y con charcos por doquier, las 367.000 bombillas al aire y los farolillos de papel rotos por los suelos, paseos de caballos vespertinos más deslucidos que en otras ocasiones, y paraguas, muchos paraguas. Nada de esto ha repelido a los incondicionales y los visitantes.

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