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AHORA que tienes el desierto tras la oreja, recuerda la terquedad afanada de aquel paisano tuyo que en los altos de Camposagrado -allí donde el pliegue de una vallina escurre la lluvia y los pasos hacia Santibáñez- movió morrillos, removió tierras... y cielos, cuyas gotas y caprichos apresó en un embalsín que levantó tan sólo con sus manos de callo y azadón para resucitar en huerto, en reguerilla y en frutal lo que de siempre estuvo condenado a ser loma de gravas, urzal de secarral y monte rapuchado de roble ardido con esos tomillares que nacen para perfumar en sus postrimerías a las tierras que han de morir de sed (el tomillo es siempre el epílogo de algo). Recuerda: allá, por los años sesenta, nuestro anónimo personaje, turrión cazurro de visión soñadora, limpió de morrillos gordos aquellas laderas, utilizó esos piedránganos para levantar un coqueto dique que apresara en un aljibe natural el agua tacaña que llevaba hasta allí la escorrentía pluvial y la de esas fontanillas de altiplano que, aunque suelen ser constantes en su manar, no aflojan más líquido que lo que mea un ángel, abancó la cuesta, niveló la artesa de la vallina para hacerla huerta tomatera y berzal, intercaló allí frutales alineados (manzanos recios y perales carujos, cuyas estirpes volaron de los supermercados y de tu memoria para que te quedes huérfano con tu fruta insípida y de granja frigorífica), sombreó los flancos inclinados con castaños de fronda que nadie antes había osado plantar en esos suelos de penitencia agraria, ensurcó su sueño, crecieron los árboles, vio prometida la redención verde, cantaron las ranas donde sólo hubo lagartos... y yo he querido imaginarle siempre sentado bajo uno de sus árboles en verano, a la atardecida, merendando quizá un rebojo de pan, escabeche y cebolleta lavada en pilón, satisfecho, redondeando lo soñado. Pero murió el buen señor, murió su sueño. Nadie continuó su afán apresando lluvias en su pantanín. Todo vino a dar en abandono. La ruina arrolló. Algunos árboles resisten. Aquel vergel es visitado hoy por el tomillo. Cerca, una cuadrilonga nave feota embotella agua. Nuestro hombre no sabía que bajo sus pies dormía una gigantesca bolsa de agua fósil que hoy tú bebes en plástico. No le hubiera hecho falta. Él pedía al cielo sólo unos cántaros.