Diario de León

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VENERABLES, centenarios, corpachón con muecas y unas brujas habitándoles, tronca ahuecada muchas veces por la garlopa del rayo o la bacteria, factoría de proteína para el ganado de pocilga y para esos marranos de monte, jabalises que el lugareño de despensa viuda y balda vacía cazaba trampeando con lazo furtivo, espingarda o venablo... gran árbol es ese, poblador ayer de pueblos que hoy se despueblan, creó bosquetes que redefinieron un paisaje de montes que sólo fueron patria de roble matojo o encina sardona, tupió laderas enteras abrillantando el verde cenizo del urzal y la carqueixa, sombreó en fresco el futuro de suelos pobres, se alzó en monumento vegetal allí donde el incendio no le aburó el alma... y ya fue paisano empadronado por derecho en esta tierra de riberas y arideces que nunca antes había sido suya hasta que vino de plantón, esqueje o fruto semillero en el carretón invasor de la colonización romana traído desde mucha distancia mediterránea, arbolón de lejos que procede de la región griega de Kastanea... Del castaño, pues, se habla aquí... y en un estudio que a la universidad compostelana le costó dieciocho años de campo y averiguaciones. Según este saber académico, los cataños bercianos son -junto a los avileños de Arenas de San Pedro y a los salmantinos de las Hurdes- los más saludables de España, cosa que está bien, pues nos vale de consuelo... a quien le valga, pues aquí se alzan voces muchas denunciando los abandonos crecientes del castañar, las pestes bacaterianas y chancros que les diezman, la desidia rural que ya no le necesita tanto para poder comer de- pilongo en inviernos interminables o propinar con castañas la pila del gocho voraz. Pero visto ese titular con triunfo («Los castaños bercianos, los más saludables de España») viene a darse la razón al viejo axioma de «si me analizo, soy una mierda... pero si me comparo, soy la leche». Valga, en cualquier caso, para comprometerse en el rescate, en el mimo que exige una herencia tan sagrada y aún tan provechosa (¡qué bronca me echó un francés pescando en el Selmo por tener tan descuidado todo aquel capital forestal que hay allí, aquellas castañales que cumplen años de cien en cien!, y se le llenaba la boca de industrias posibles... y de un marrón glacé imposible, mientras Prada haga sus castañas en amíbar).

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