Diario de León

A LA ÚLTIMA

El espectáculodel PP

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«ANDAD y procurad ser de hoy en adelante despierto como el león, prudente como el elefante, astuto como la vulpeja y cauto como el lobo. Disponed bien los medios y conseguiréis vuestros intentos; y desengáñense todos los mortales, que hoy no hay más dicha ni más desdicha que prudencia o imprudencia». Los políticos, especialmente los del Partido Popular, prudentes e imprudentes, deberían leer más a menudo lo que Baltasar Gracián escribió en El Discreto hace cuatro siglos. Lo malo es cuando los políticos en lugar de leer novela, biografía o historia sólo leen periódicos o escuchan la radio. Y, a veces, ni eso. Ni pagando hubieran logrado Zapatero o José Blanco el espectáculo que les están ofreciendo los dirigentes del Partido Popular, un partido, como casi todos los demás, en el que nunca ha habido un debate de ideas, de propuestas o de proyectos porque casi siempre ha decidido el líder: primero Fraga, luego Aznar, y después... Nadie. Un partido, el Popular, como casi todos los demás, en el que no son los militantes los que eligen al líder o el programa, sino que es una camarilla la que toma todas las decisiones. Un partido, el PP, como casi todos los demás, en el que casi siempre los intereses por alcanzar el poder o mantener los cargos sostiene unidos a quienes no se aguantan ni en fotografían. Pero eso no siempre funciona. Acuérdense de la UCD triunfante y desaparecida poco después. Los dirigentes del PP que hoy se empeñan en deshacer su partido deberían volver a leer la historia más reciente. Eso no significa que no deba haber un debate abierto en el PP (y en todos los demás partidos) sobre lo que Ortega llamaba «la percepción acertada de las realidades colectivas». El problema es que no se está debatiendo el Estado que debe ser sino quién debe detentar el poder para seguir haciendo lo que le parezca sin debatir nada previamente. No hay un debate sobre las ideas sino sobre personalismos. Un debate estéril. Unos contra otros y el máximo dirigente entrando a todos los trapos. «Periodistas, profesores y políticos sin talento», decía hace muchos años Ortega, «componen por tal razón el Estado Mayor de la envidia, que, como dice Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come». Excluyendo a los profesores, que lamentablemente no pintan nada, el diagnóstico es tan válido hoy como ayer.

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