Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

No estaréis solos

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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JESÚS SE ESTÁ DESPIDIENDO de sus discípulos: una ausencia que comporta una presencia. No los deja solos, ni a los discípulos de la primera hora ni a los de este tiempo. Él asegura una presencia invisible, pero sensible, en medio de su pueblo: su Espíritu, el que transmitían los apóstoles con la imposición de manos (primera lectura) y que nos capacita para la misión, para dar razón de nuestra esperanza (segunda lectura). Es su Espíritu el encargado de asegurar la presencia permanente de la Persona de Cristo en su Iglesia. La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él y, por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos «un cuerpo», aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Nada podríamos hacer tan beneficioso para nuestros prójimos como inundarlos de alegría porque, ciertamente, no es la alegría moneda corriente por estos pagos. Basta coger el periódico cada mañana, abrir la radio o darle al botoncito de la televisión para que la sonrisa incipiente se trueque en una mueca de desencanto. Un recorrido rápido por nuestro mundo nos pone de relieve que los hombres han olvidado que son hermanos y se tratan, en diversas partes del mundo, próximas a cualquiera de nosotros, como enemigos irreconciliables con los que utilizar el lenguaje de las armas, de la humillación, de la violencia irracional. Los hombres nos hemos olvidado de que somos hermanos. Si al ser humano le borramos de su horizonte la idea de Dios, si lo dejamos sólo con su propia inclinación y sus anhelos, si hablamos sólo de gozar y de vivir «que son dos días», resulta natural que el hombre arremeta contra el hombre y destruya concienzudamente todo lo que puede oponerse a la consecución de sus deseos, aunque sea cortando de raíz la alegría y llenando el mundo de inquietud, de dolor y de angustia. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo «piadoso» y cumplir con mis «deberes religiosos», se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación «correcta», pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Es una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor.

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