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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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Y EN ESTAS y en otras estábamos cuando nos informaron de que llegaba el día del libro, o día de Cervantes, que también se decía. Y se nos agolparon las preguntas sin posible respuesta: ¿Pero de qué libro hablamos? ¿De qué conmemoración digna de ser incluida en el Libro Rojo o Verde de la Patria hablamos? Porque libros hay muchos y de mil distintos temas y alientos. Y la sociedad española, que sólo parece ser que lee cuando se digna hacer uso de la cabeza, que decía un autor de libros ejemplares, Antonio Machado, dedicó unos minutos a pensar sobre el tema del libro y sus glorias. Y alcanzó la triste conclusión de que entre los carpetovetónicos apenas si existe comunidad, organismo, centro o familia para los cuales el libro sea un motivo de obligado entendimiento. Sin que sirva de testimonio de sus inclinaciones culturales hacia el Libro, el hecho singular y significado de ser España una de las cinco primeras editoriales del mundo, pudiendo ser presentada en sociedad, solamente por el hecho singular y casi milagroso, de editar tantos libros como posibles lectores. ¿Libros para qué? Se pregunta el común de vecinos. Y resulta un tanto desabrido tener que explicar que el libro se adquiere, quien lo adquiere, para vivir. Ahí queríamos llegar. Porque hay quien confunde el libro, brillantemente encuadernado, como un objeto imprescindible de regalo. No para que el donante y el recipiendario lean el objeto sino para que pueda servir como justificación, como disculpa y como elemento de promoción social. La lectora es otra cosa, a la cual, no llega la generosa atribución de los efectos a aquel loco de La Mancha que a punto estuvo de perder el juicio por la mucha lectura que almacenaba. Como consecuencia de manía tan nefasta, diole al caballero por escribir la historia de en su pariente, lector hasta la médula y consejero de su tribu analfabeta. En este día en el cual se recuerda no tanto el libro en general, como el libro excepcional, del cual pueden conseguir guías aleccionadoras impagables, se habla del libro que se edita y que se vende, o sea del objeto social que mercantilmente se intenta poner al alcance de las necesidades intelectuales de las gentes de más voluntad que acierto, pero en vano. En una provincia de tan elevados instintos culturales como la romanizada Legio Gémina, Pía, Félix, no leen ni los que saben leer. Porque entienden que la lectura es una forma implacable de perder el tiempo y hay que darse cuenta de que en un tiempo tan feroz como el que sufrimos o el tiempo es otro y lo mejor que podemos hacer es perderlo. Celebramos otro día del libro. Pero ¿de qué libro? Y lo que resulta ya más alarmante: ¿Conocemos la técnica de la lectura? ¿Lo que hablamos y lo que sirve incluso para marchar las normas, ¿es lectura o juego estrafalario en el cual naufragan los nadadores de la extravagancia? En ese día del libro, tanto o más que la edición de buenos libros sería prudente y necesario hacer buenos lectores. Saber leer es un arte tan difícil que la mayor parte del personal no lee. No en vano aquel Don Alonso el Bueno apostillaba: «Que de la abundancia del corazón habla la lengua»¿