Cerrar
Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

Creado:

Actualizado:

Celebr AMOS este domingo una de las fiestas con más arraigo en el pueblo cristiano. Mucho aún recordamos aquello de «hay tres jueves en al año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el Día de la Ascensión». Esta última fiesta ya no la celebramos en jueves, pero sigue teniendo la misma importancia. El Prefacio de la Misa dice que el Señor, que ha ascendido al cielo, no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino. Es decir, la Fiesta de la Ascensión tiene dos fines. De una parte, confirmar nuestra fe en la resurrección de Jesús, que vive y sube al cielo y se sienta junto al Padre. Así es como podemos expresar lo inexplicable. Lo que aún no sabemos, pero creemos y esperamos. De otra parte, convencernos de que esta es nuestra hora, la de nuestra responsabilidad. Jesús sube al cielo, para que nosotros estemos en la tierra. Se va al Padre, para que nosotros estemos con los hermanos. Termina, para que nosotros empecemos y continuemos su obra. Mejor dicho, hace como el que se va, para que no nos confiemos, para que no permanezcamos pasivos, pensando que él lo va a hacer todo. Se va y se queda para infundirnos su espíritu. La gran tarea que surge con la ascensión del Señor, es la de ir al mundo y hacer discípulos. Ése es el encargo que recoge Mateo. Y es también el que transmite Lucas, quien empieza el libro de los Hechos de los Apóstoles describiendo la ascensión, para centrar el resto de la obra en la predicación de Pedro y Pablo y los apóstoles. El mundo es nuestra responsabilidad y los hombres son nuestros interlocutores. La Iglesia no es un círculo de creyentes, sino un movimiento de acercamiento a todos, para que éstos puedan creer. Lo importante de la Iglesia no es ella, sino Jesús, y la misión confiada por Jesús. Esa misión es evangelizadora, animadora, motivadora. Frente a tanta mala noticia, el hombre necesita más que nunca la Buena Noticia. No se trata de censurar a los otros, sino de hacer posible la salvación de todos. Como Jesús hacía con sus parábolas, así debemos hacer nosotros, ayudando a todos a descubrir la huella de Dios. Quizá haya que denunciar el mal y la cizaña, pero hay que señalar todo lo bueno, lo justo, lo noble, lo hermoso de la vida, para que crezca en todos la esperanza de una vida mejor, de una humanidad solidaria y en paz. Jesús no nos abandona. Nos deja su espíritu para que nos ayude a conocer la revelación, a comprender la gran esperanza, a ver el poder de Dios que se manifiesta en Jesús. Con este espíritu no tenemos nada que temer. Dejemos que se exprese libremente en nuestra vida. Y aún más, tenemos la Iglesia, que es el cuerpo de Jesús, su continuación. En la Iglesia y a través de ella podemos encauzar nuestras iniciativas y encontrar aliento en nuestros esfuerzos. Solos podemos hacer bien poco, pero como Iglesia y en la Iglesia podemos hacer muchísimo.