Diario de León

Calvo Sotelo y la historia cambiada

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AL TIEMPO que aturde la memoria, la televisión reescribe la Historia o disfraza los hechos que dejan en mal lugar a los gobernantes de turno. Lo hemos visto estos días en la forma de narrar el largo adiós institucional al fallecido Leopoldo Calvo Sotelo. A muchos de los ciudadanos que han desfilado este fin de semana por la capilla ardiente instalada en el Congreso de los Diputados cuando, a requerimiento de los reporteros, hablaban del finado, se les notaba que antes de saber por la televisión que había muerto Leopoldo Calvo Sotelo, no sabían que el ex presidente del Gobierno estuviera vivo. Del ex presidente fallecido, las televisiones han recordado estos días los hechos del 23-F y su apuesta decidida a favor de la Otan, cuando, por cierto, la mitad de los españoles estaban en contra porque así lo marcaba entonces la hoja de ruta del PSOE con un Javier Solana que por aquellos días (1981) marchaba a la cabeza del antiamericanismo más reactivo que se recuerda. Nada han dicho, en cambio, de la resignada amargura que destilaban los últimos artículos publicados por el ex presidente el Gobierno durante la pasada legislatura, cuando el Parlamento de Cataluña aprobó el proyecto de Estatut refrendado después por el Congreso de los Diputados y en el que se consagra la definición de Cataluña como nación. En el elogio del finado, Rodríguez Zapatero -que por razones de edad no tuvo arte, ni parte, ni corrió riesgo alguno durante los inciertos días de la Transición-, ha descrito el legado político de Calvo Sotelo en unos términos que hacen pensar que quien se lo ha escrito ve la televisión pero no ha leído, ya digo, los últimos artículos publicados por Leopoldo Calvo Sotelo. Siempre se ha dicho -con bastante fundamento, por cierto- que la Historia la escribían los vencedores; ahora sabemos que, además de reescribirla, la maquillan antes de contarla en la televisión. Conociendo la destilada ironía que se gastaba en vida, estoy seguro que ante el ahuecado panegírico de Zapatero, Calvo Sotelo habría respondido con uno de sus cortantes arqueos de cejas; el gesto reservado para marcar distancias ante cualquier manifestación de impostura.

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