Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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SOLÍA DECIR Martín Villa en tiempos de la UCD que desayunarse a diario con un sapo nada más abrir el periódico es algo que entra en el sueldo de los políticos, así que basta con tener estómago. Era un optimista. Su teoría, con no ir descaminada, era a todas luces incompleta: además de comer el sapo debe procurarse luego que no se lo coman a uno los compañeros del partido, enemigos íntimos donde los haya, como le pasó a él y a Adolfo Suárez, antes de que Felipe González les comiera la merienda a los dos. Que aproveche. Dicen también que ahora cuando los del PP se cruzan en la escalera del partido el saludo más habitual es la eterna canción de «¿Y tú de quién eres?», como dando a entender que si te he visto no me acuerdo. La conocida letrilla del rockero grupo «No me pises, que llevo chanclas» tiene mucha miga estos días en las sedes del primer partido de la oposición, donde a Zaplana y Acebes les acaban de hacer un corte de tupé a navaja definitivo. Malos tiempos para la lírica, dirían a su vez los chicos de «Golpes bajos». El canibalismo era una fea costumbre de sociedades incivilizadas, como la de los maoríes del pacífico que los ingleses erradicaron en el siglo XVIII, si bien en el XX la aplicaran a mansalva en sus explotaciones ganaderas intensivas con lo de los piensos cárnicos. Los británicos, ya se sabe, son ante todo prácticos, así que prohibieron el canibalismo porque no les convenía que sus marinos acabaran en la cazuela, como el capitán Cook, pero no sentían escrúpulo puritano alguno por el rosbeaf de las vacas locas, que fue en lo que al final degeneró la Commonwealth o mancomunidad británica de naciones de dos y cuatro patas. En el PP empiezan a darse también signos de demencia que el electorado conservador con sentido común ha diagnosticado ya por lo tory en tres palabras: están como cabras. Cuando no se comen los hígados entre ellos ruedan cabezas o las reducen en tamaño de cargos públicos siguiendo toda la tribu un claro proceso de jibarización. La cabecita loca de Esperanza Aguirre, allá donde el río Manzanares parece el Amazonas, está a punto de caer, pongamos que hablo de Madrid. Y sobre lo que pasa hay tres teorías después de perder las últimas elecciones, a saber: la de Mariano, según el cual esto no es una crisis, sino una desaceleración; la de Esperanza, que va cuesta abajo, sin freno y de culo, dicho sea con perdón por lo fina que es ella; y la de Zapatero, que ve los toros desde la barrera aunque se permitiera el otro día poner una banderilla en todo lo alto de Rajoy y después de comer con la Aguirre, recomendándole «que no cunda la des-Esperanza en el PP». Casi parecía el Guerra dándole consejos a Manolete para rematar la faena con aquello de «lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible». Pocas tardes ha estado tan fino, torero y en su sitio el matador del Bernesga. Va por usted, maestro. El alicaído tendido de sol del PP recuerda estos días no ya a la extinta UCD sino al abortado CDS que luego intentara procrear Adolfo Suárez. Corría de aquella un chiste según el cual si te cruzabas con alguien por la calle haciéndose en voz alta las tres preguntas elementales de la vida y del destino -¿Quién soy?, ¿De dónde vengo?, ¿A dónde voy?- no es probable que fuera Sócrates ni un filósofo existencialista, sino un ex concejal del CDS. De ser un selecto club para gente elitista cuando lo frecuentaba aún no hace tanto Leopoldo Calvo Sotelo al tugurio en que se ha convertido ahora la derecha española apenas han pasado dos meses. Servidor no lo ha visto ni falta que le hace, porque tampoco piensa entrar allí, pero se rumorea que nada más traspasar la puerta de la sede nacional del PP, calle Génova 13, mal número, tienes que pegarte a la pared y andar con mucho ojo: si uno lleva la navaja en los dientes, la otra la esconde en la liga. Pasado mañana es también martes y trece. A mayores no hay más que cocodrilos vigilándote con ojos desorbitados, jersey lacoste y de los otros, todos de mucho peligro. En el museo de los reverendos padres dominicos de La Virgen del Camino, donde ya no queda ni un cura, el último fue Eustoquio, de amable y feliz memoria, está todavía la cabeza reducida de un indio, traída de las misiones por quién sabe qué reverendo. Y hasta hace poco en otro museo de Cataluña lucía un pigmeo disecado, que se retiró de allí por protestas ecologistas para enterrarlo vaya usted a saber dónde, aunque seguramente antes fuera donde estaba más cómodo seguramente que en vida. A saber lo que ha sido también de su tumba de salchichón. Al Mariano, aprendiz de brujo desde su Galicia natal, lo mismo le pueden crecer los enanos que quedar disecado en el museo de los jesuitas, donde estudió.

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