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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Cuando en España era de verdad el día del trabajo

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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MANIFESTARSE PÚBLICAMENTE sobre el cemento de las calles es obligación de todo trabajador que se precie. Y no porque de esta manera de expresar sentimientos y apremios puedan venirnos a los que trabajamos, quizá porque no sabemos hacer otra cosa, motivos fundamentales de satisfacción de clase, sino quizá, quien sabe, tal vez, todo lo contrario. Echarse a la calle para exponer quebrantos, carencias, desdichas e ilusiones puede ser una cierta manera de excitar nuestras sensibilidades. Nos manifestamos los trabajadores, proclaman sus pregoneros, porque se conozcan todos los riesgos que comporta vivir con dignidad en un mundo precisamente montado para la explotación del hombre por el hombre. Por lo tanto cuando el obrero, el profesional con trabajo o contrariamente el empleado que anda por el mundo sin trabajo, escupiendo al cielo, es una de las maneras que tiene el mísero e infelices desempleado de clamar al cielo. Y cuando aparece en el calendario la fecha milagrosa del 1º de Mayo, el trabajador, esté o no parado y con toda la cuerda (como los famosos relojes Roskof), es un motivo de cierta forma de satisfacción y hasta de venganza diríamos: Este día de la Cruz de Mayo, es el indicado para que todos, los unos, los otros y aún los de más allá nos sintamos obligados a declarar nuestras reivindicaciones, no porque de esta manera puede darse el caso insólito pero posible de que el trabajador sea atendido, sino sencillamente para que los unos y los otros queden informados de que en el mundo, poblado por millones de seres humanos, existen seres, también nacidos de mujer, que necesitan exponer sus miserias y que éstas sean parte indiscutible de la lucha del hombre por superar todos los inconvenientes que la vida extiende a su paso. Y todos los primeros de mayo, efectivamente, como obedeciendo a una consigna, o mejor a un mandamiento sagrado y sangrado, se citan para que les conozcan en carne y hueso, para que las autoridades y los representantes responsables se den cuenta de que en este conglomerado variopinto de que está compuesto el mundo, las tres partes cuando menos están formadas por seres dejados de la mano de Dios y de los demás hombres y que ha llegado el momento -siempre debiera ser el momento de la solidaridad y de la fraternidad- de que todos, los unos y los otros, se den cuenta de que se hace ya urgente la revisión de todos los papeles oficiales que registran la miseria de los unos y la abundancia de los otros. Y no es porque en este día emblemático pensemos que se puede alcanzar el clavo ardiendo de la salvación a través del entendimiento y de la buena voluntad, sino porque esa porción de mundo al cual no le alcanza el rebojo de pan que le está destinado, debe serle concedido por derecho. El hombre necesita vivir y se rebela contra la señal de la muerte, de su muerte, a mano airada. Y le salen los versos de Rosalía de Castro a borbotones: «Lloro a mares por ellos/ les viste la mortaja. Y les hace las honras/ después de que les matan¿» «Arriba, ay, los pobres del mundo».

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