CORNADA DE LOBO
Ese perro
TREMENDA consternación; susurros crujidos en Villadepalos. Mañana de miércoles. Corre por la calle una noticia que da calambrazo en la boca del estómago y aprieta lazos en la garganta. Junto a una amiga, una mujer pasea con sus perros. Cruzan la vía del tren cerca del apeadero. Es un paseo más. Pero uno de los perros se rezaga, se paraliza en medio de los raíles, lelo o terco. Le llama... y nada. Viene una máquina de servicio. Se alarma, increpa, grita... y ni se mueve. Se lanza la dueña a rescatarlo. El peligro es inminente y viene pitando. La amiga vocea, el maquinista insiste en sus señales. Pero la mujer no oye gritos ni alarmas. O sí... pero tiene que librar a su perro del tonelaje mortal que se le viene encima. La máquina la arrolló. Murió; la tragedia se consumó. Los papeles no decían nada del perro. ¿Moriría también?... No es que importe especialmente, porque el horror sin sentido y el dolor que ha provocado el suceso es lo primero y nos exige el sentimiento de acompañar a quienes ahora lloran sin consuelo a la víctima. Pero ese perro fue la razón, la única, por la que el destino segó la vida a esa mujer en sus cuarenta. ¿A quién culpar: al perro o a ese destino cabrón?... Tampoco decía nada la noticia del espanto atragantado que se le ha tenido que hacer piedra en el pecho al maquinista que la arrolló, contando además que la víctima trabajaba en Rente, compañera pues, aunque de baja hace meses convaleciéndose de un accidente de carretera. Tremendo destino. Pero, ¿y el perro?... Un perro es una mirada leal, agradecida, jubilosa, zalamera, rendida y chantajista. Quien vive con un perro lo sabe como nadie. Un perro acaba siendo de la familia, pareja, amigo mudo que parlotea con el rabo, paisaje tan de casa, que cuando se va abre un furaco negro en la nostalgia y deja desnudo el pasillo. El perro es esponja de los cariños que nos sobran o desprecian otros. El perro, en fin, somos nosotros y nos acariciamos en él nombrándole... Cegándole el oído su amor al perro, esa bendita mujer sólo vio que lo primero era salvarle. Ella, después. Pero no lo quiso el fatum sobre raíles. Me enteré después de que el perro libró. Y yo sé que sabe el animal lo que hizo por él su ama. Ahora es a él a quien se le queda desnudo el pasillo y la caricia. Y con toda certeza, también la llora.