Gravillas
HOY, como ayer; y ayer, como siempre, chapuceando, parcheando. Carreteras de provincia, caminos carretales. Poco cambia. Ahí el truco, cuento viejo. De antes recuerdo los míseros parcheos. Era 1971: subíamos en cuesta pindia y rizada a Leitariegos obligados, además, a trazar un peligroso slalom entre camiones de brea y grava con operarios renegridos y esparcidos en un tramo (la mitad gitanos entre jornaleros al salto), gentes reparando el firme picado, triturado y con surcos de rodada camionera por el pesado tonelaje del carbón. Las carreteras de este valle tenían siempre roderas como zanjas que encajaban al vehículo como en raíles o le mandaban a la cuneta al mínimo traspiés, honda huella, sobre todo si el calor del verano amembrillaba el asfalto de la calzada convertida en papurria pegajosa. Eran carreteras de mucha caries con su largo rosario de baches que las lluvias y heladas mordían y agrandaban. Había que esperar siempre al buen tiempo para repararlas; y eso quería decir, que en tierra inclemente como esta montaña, el parcheo llegaba tarde, mal o nunca. Y si venía, era chapuza más que reparación en regla, tacañería de contratas y subcontratas de diputaciones y untamientos. Se procedía a mano. Unos operarios barrían con escobajo el bache. Limpio el furaco, se le regaba con brea. Venía otro con cesto y echaba grava a golpe de riñón, como en bucle, que se amecía con otra breve lluvia de brea de manguera que salía de un camioneto cisterna que echaba humo y pestes (me chifla el olor de esa peste), para concluir el empaste con nueva siembra de gravilla seca y... rematada la tarea. Nada de apisonadora para curiosear la chapuza. El tránsito se iría encargando poco a poco de pisar y sellarlo todo. Cuarenta años después veo lo mismo. Toma del frasco y del cesto. Carreterina de la Sobarriba, estrecha, malparida y combada como teja. Parcheo al tuntún. Todo es una sucesión de charcos de granza pedrera. Un frenazo o despiste en una curva te mandan al cuerno, al hospital o a tu funeral. Es como llenar el pasillo de casa con garbanzos para que pasee el abuelo. Un necio cartel advierte: «Atención, gravilla suelta». ¿Y?... La ley prohibe y penaliza dejar en la calzada todo elemento que dificulte el tránsito. La gravilla es un peligro de muerte. Pero la ley son ellos.