EL AULLIDO
Raúl Quijano
LEÓN ES una ciudad histórica amante del movimiento que no sabe avanzar y por eso, porque odia quedarse quieta, va hacia atrás. Así esta ciudad madraza, esta ciudad nodriza, enseña bien y pronto a sus creadores el arte de huir hacia delante¿ Les cuento: Es moreno, agitanado y honesto como un verso de Lorca. Luce mirada de toro de lidia. Hace gestos creativos con las manos como subrayando lo que dice al tiempo que te mira como confesando que sí, que es un artista precisamente porque aún no ha perdido la capacidad de sorprenderse ni la de fascinarse. Acodado en el mostrador emula las maneras de todo aquel cuya oposición binaria favorita es gin-tonic. Y camina luego con esa elegancia indómita de quien ha cumplido más sueños que años. Examina. Sí, cuando conversa alterna recuerdos y silencios para acabar diciendo mucho más de lo que dice. Lleva todos sus proyectos e ilusiones encima como un viajante de comercio lleva todas sus maletas¿ «La novela de la vida en este punto -escribió Hemingway- no tendría personajes dignos si no nos tuviese a nosotros». Todo esto viene a que me lo encontré la otra noche, borrachos y a deshora, en una de esas fiestas elegantes y con luz de disturbios en las que hasta el polvo resplandece, y los dos nos miramos inicialmente con esa cautela con la que la gente de León mira siempre a los desconocidos. Y yo, como tengo vocación de músico, como soy un músico frustrado que sólo escribe letras de canciones, por deformación profesional miré entonces las manos de Raúl Quijano y me las imaginé tocando la guitarra. ¡La guitarra! ¡Los sueños! Las cuerdas vibran y un universo perfecto se forma a partir de la música: a mí me gusta pensar que en cada canción alguien se hunde identificado por el sonido sin que el músico lo sepa en verdad nunca¿ Todo músico es un músico ambulante¿ Hay al menos una canción para cada persona de este mundo; creo. Raúl Quijano acaba de grabar en Miami un disco en solitario con el que busca e invita a buscar la identidad, y, como de lo que hay en el corazón habla la boca, rápidamente me habla de ello¿ Porque ya tengo la vida solucionada -dice- me he puesto este reto para volver a empezar¿ Y entonces, tras escuchar esa infrecuente frase, me viene a la cabeza algo que escribió Scott Fiztgerald: «Existe entre nosotros gente con un don, la cual es capaz de hablar de sí misma sin engañarse¿ Sí, hay seres humanos que tienen respuestas». El imán de la sinceridad acerca nuestras mentes; nuestros mundos. Y de repente, agarrado a los auriculares de su reproductor, escucho compases de una canción con ritmo de oleaje que habla del amor, la amargura dulce del amor que es hermana gemela de su esperanza¿ Necesitamos cada vez más esas canciones que nos sugieren sin decirlo que lo curioso y fascinante del amor es que vence el precinto de egoísmo que lleva puesto el cuerpo. Yo también soy poeta, me dice como compartiendo complicidad en un delito, y le miento al afirmar que prefiero las palabras a la música. No replica. Como los buenos poemas él no habla si no se le pregunta. Como los personajes de novela cada uno de los pensamos por un instante en cómo resultaría ser el otro, pero desestimamos la idea porque nos gusta lo real... ¡Ah, lo real! Como ángeles infiltrados entre seres de provecho que se encuentran, reconocen y saben que no volverán a verse, nos despedimos con un abrazo que aún significa algo. Ahora, sin pretenderlo, me he sentado ante el ordenador y casi ha salido solo este retrato pintado con palabras para que quien lo lea se crea un voyeur; para que el retratado se sienta como Narciso al ver por vez primera su propio rostro reflejado en el agua... Raúl Quijano acaba de grabar un disco el cual produce en quien lo escucha la misma identificación de quien mira por vez primera su retrato. No se lo pierdan.