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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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DICEN, LOS QUE ENTIENDEN de estas cosas, que la considerada «Hora de la verdad» es aquella que se le ofrece al ciudadano en un momento verdaderamente grave de la vida. Por ejemplo, cuando suena en la puerta el golpe oscuro de la muerte o cuando grave fatal momento se produce en un palpito de la tierra y de los mares que nos habitan y nos destruyen. Que en Malasia o en Rangún, en Birmania o en Borneo, se produzca la sublevación de las aguas, que es lo que ocurrió, por nuestros muchos pecados, a los victimarios del Diluvio Universal, nos llena de misericordias y apelamos a los dioses benéficos para que nos socorran o al menos y en último término, para que nos acoja en su seno. Suena entonces, a escala universal, la convocatoria para el descubrimiento, mejor dicho la confesión de «La Hora de la Verdad». España es tierra que, por su composición, por su naturaleza y por su historia ha soportado con estoicismo centenares de momentos de obligada recordasión, como la Hora de la Verdad. Y más o menos, todos los ciudadanos, por una u otra razón, hemos tenido doblándonos el alma un momento de obligado respeto con la verdad. Todos, menos los políticos. Estos, aquellos y los de más de la Memoria histórica: El político es un ser para la mentira, para la manipulación de la Historia, para la tergiversación de la naturaleza de las cosas, y el pueblo fiel miente también. Hemos llegado, los unos y los otros, a la conclusión de que el que no miente no se bautiza y acudimos al recurso de la mentira con la misma seriedad y templanza con que el político declara la gran mentira del país: Miente porque la mentira se hace necesaria para asegurar la paz de los hambrientos y declara: «Así que pasen cinco años, lloverá y habrá pan para todos». Y el apacible contribuyente, creyendo en lo que le predica el ilustre del pueblo, tiende la manta en el suelo y se «jarta» de dormir, a 1a espera de que se transformen en verdades benéficas las mentiras, las trampas, y que llueva que llueva la Virgen de la Cueva¿ El señor Ministro de los dineros de todos los demás y el suyo propio, nos repite todos los días la misma adormecedora canción: «No hay por qué gemir, no hay por qué llorar el ciudadano obediente ha de esperar sin quejas y sin llorar». Y no se queja, no nos quejamos, caiga lo que caiga y aunque los aprendices de río de que disponemos cubran las agujas gloriosas de la Catedral¿ Todos nos sugieren que el verdadero español ha de ser prudente y callado y resistente y escuchar a sus hombres responsables con respeto y sin recordarles en ningún momento que el mentir de las estrellas produce a veces matricidios niños muertos de necesidad, tirados por la calle. Que con la mentira, señores miembros del gobierno que nos legisla y enjuaga, no se va a ninguna parte. Y que ya ha sonado la hora de la verdad. El español a la espera ya le sucede lo que al Basilio del Quijote que tenía el alma en los dientes de tanto morder mentiras.