Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El violador marroquí

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VICTORIANO CRÉMER
León

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QUE CONSTE QUE no soy racista ni seminarista ni nada de lo que tenga que arrepentirme. Sencillamente soy un personajillo pobre pero todo lo honrado que me permite la democracia. Me nacieron en Castilla y de ahí me viene la afición que le tengo a Rodrigo el de Vivar, el Cid Campeador. Y soy amigo de los negritos, de los cobrizos, de los amarillos y de los cazadores de gamusinos. Cuando me correspondió asistir a la guerra civil me colocaron en un batallón mixto, compuesto de blancos blanquísimos, de morenos de Guantánamo (antes de que este lugar de la bella isla fuera utilizada para ensayos de torturas por los civilizadísimos americanos del Norte) y de moros de la auténtica morería, el Marruecos de Abdelkrim y el Gurugú y esas historias que se contaban durante los inviernos para mantener la memoria histórica del abuelo. En la chabola a la que fui asignado en la Sierra de Albarracín, me colgaron de compañero a un negrito sin chilaba. Y le cogí cariño. Luego conocí a moros con el alquicel de los romanceros, montados a caballo y dejando flotar su capa blanca hasta cubrir el trasero de los caballos que servían al general de generales y nada más ni nada menos que general. Este afecto cuasi familiar que contraje en el trato con el compañero moro de Albarracín se trocó días pasados en un movimiento brusco de ingratísima intolerancia, cuando me fue constada la historia de aquella hermosa señora cántabra que al paso que llevaba por un mozalbete, renegrido, de ojos de ratón de almacén, el cual, bruscamente, sin decir ni Alá ni nada, se lanzó sobre ella, que a sus sesenta años no podía suponer que todavía estuviera como suscitar la pasión de los mozalbetes, y después de que la arrancó la joyería que la mujer llevaba para exaltar su belleza norteña y santanderina, se lanzó sobre ella y dominando sus movimientos de defensa, consiguió doblarla prácticamente sobre uno de los coches aparcados al filo de la calle y con fuerzas casi sobrehumanas (porque una señora de sesenta años no es algo que pueda manejarse fácilmente) consiguió «amontarla» que se dice en el cancionero leonés y violarla, sin que los gemidos de la dama vulnerada ni el paso de los peatones impidiera la consumación del acto erótico y vulgar de «amontar» a una española descuidada. Parece ser que pese a la sagacidad, la exaltación erótica y el movimiento de la mar cantábrica, el mozalbete marroquí fue detenido y se supone que ingresado en algún reformatorio o cárcel destinada a estos asaltados urbanos. Y ha sido desde ese episodio lujurioso e irrespetuoso del jovencísimo (diecisiete años, señor, que todavía no son nada) desde el cual me ha comenzado a saltar instintos raciales, xenófobos o agresivos. Lo siento de verdad, pero no abrimos los españoles las puertas ni los puertos para que los inmigrantes moros o cobrizos, asalten a nuestras mujeres, las roben el joyerío y por añadidura las amonten sobre el techo de un automóvil aparcado¿

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