Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Los jueces

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SUPONGO Y supongo con fundamento que por algo será si atiendo con admiración y gratitud al juez, a los jueces. Me parecieron siempre las figuras humanas más relevantes y las más dignas de atención. Y lo digo con motivaciones tan superiores que solamente con pensar en ello me siento recuperado. Y es que -permítanme que lo confiese- ni es tan fácil salir indemnes de las manos depuradoras de un juez, ni tampoco cabe pensar que a poco que un vecino se descuide puede convertirse en víctima. Y no. Salvo variaciones, que ayudan a conseguir un juicio equilibrado, hay que convenir en que un juez es un señor al que podemos confiar casi todos nuestros secretos y a la par aquel de quien podemos esperar comprensión y generosidad. Repito que lo que me atrevo a sugerir de la figura del Juez lo abona mi experiencia. Por ejemplo, solamente y a título de confirmación pública, el que tiene el honor de suscribir el presente comentario ha pasado por las manos de algunos de aquellos jueces de ocasión que la guerra incivil de los españoles impusieron en un tiempo de infeliz recordación, y de ellas, de sus manos salí, afortunadamente, ileso, aunque con el alma encogida. Y cuando en algunas de esas situaciones en las que se te aparece la sinrazón sin comerlo ni beberlo, el infeliz de turno -yo, por ejemplo- aparece empapelado y a disposición de algún señor juez encargado del caso, no acabas de perder la esperanza de salir libre de culpas. Y merced a la tutela de los dioses, salí para siempre sin rasguños. Lo mismo cuando el juez cubría su función como funcionario civil y legal como cuando el encargado de calificar al supuesto reo era un alférez estampillado o un chusquero a la espera de la jubilación. Un juez es siempre un juez. Y me convencía de ello en mis encuentros personales y libres con jueces que además de probos y eficaces funcionarios y servidores de la justicia, eran o fueron amigos, para los cuales y en servicio de la justicia, no tuvieron inconveniente en aplicar generosa y sabiamente las sentencias que salvan¿ Alguna vez, ya cuando se anuncian las últimas lluvias y el viejo paraguas de familia para aliviar situaciones dramáticas, pasa a mi lado un juez y siento la necesidad de saludarle aunque no me recuerde. De modo que así que por un azar extraño se hicieron notar los jueces, los juzgados, los condenables y los buenos, y se produjo el fenómeno de las sentencias pendientes, me obligué a solicitar de los alterados ciudadanos serenidad, prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Porque si buenos y numerosos son los juzgadores, más y peores son los malhechores. Y de estos últimos parece ser que el mundo, este mundo nuestro, está lleno. ¡Salvemos a los jueces para que ellos nos libren de los malhechores! Así sea. Esta es la verdad, la gran verdad de nuestr o tiempo, sin exagerar porque es que la verdad, si existe, no se puede exagerar. Pío Baroja decía: «En la verdad no puede haber matices. En la semiverdad o en la mentira, muchísimos».

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