José Tomás
NO TEMAN, no voy a escribir una crónica taurina sobre las últimas gestas de José Tomas en la plaza de Las Ventas. No lo voy a hacer porque se ha escrito tanto sobre el diestro de Galapagar, de forma tan elogiosa, por escritores de tanta talla como Sánchez Drago, Arcadi Espada, Joaquín Sabina, Javier Villan o Carlos Abella, que me resultaría difícil encontrar un calificativo nuevo que defina en toda su dimensión, su arte, su estilo, su temeridad. Hacía tiempo que quería ver a José Tomás en vivo y en directo para tener argumentos que me permitieran hablar con conocimiento cuando salta su nombre en las tertulias de amigos o en las sobremesas. Por eso fui a las Ventas, aún a sabiendas de que el espectáculo que iba a ver sólo me gustaría por lo que hicieran los toreros y no por lo que diga esa parte del público, exigente y faltón, que acude habitualmente a la catedral del toreo. Aun así fui, dispuesta a no regatear aplausos pero tampoco a dejarme seducir al primer capotazo. Nunca en mi vida había pasado tanto miedo como la tarde del 15 de junio. Tampoco nunca había visto tanta unanimidad en los tendidos de sol y sombra, pero la gesta, mereció la pena. Cosa distinta es si un torero debe arriesgar hasta ese extremo su vida o no; si debe arrimarse tanto o no. En esto como en todo lo que rodea al de Galapagar, hay diversidad de opiniones. Están los que justifican las cornadas por su exceso de responsabilidad, y los que sostienen como yo, que la autoridad competente debería prohibir que un hombre, al que el toro ha empitonado de forma reiterada, se pasee por el ruedo, ensangrentado y doliente. Una imagen que enloquece a unos y preocupa a otros, entre otras razones porque impide que se analice con calma su forma de torear, bellísima y única. A José Tomas le salva su valor, que derrocha, y le engrandece su humanidad, su humildad, su sentido del honor, su forma de encarar el éxito y la fama. Dicen que vive su momento más dulce al lado de su novia Isabel, me alegro, porque se lo merece después de tantos sinsabores como le ha dado la vida, y los señores del mundo toro, que no son otros que los deciden en sus despachos quién torea y quién no. Claro que como José Tomas es un hueso duro de roer, han tenido que claudicar y darle el sitio que se merece en la fiesta.