LITURGIA DOMINICAL
¡No tengáis miedo!
Es uno de los saludos de Cristo Resucitado, es el saludo que nos ofrece el Evangelio de mañana. Fue el grito consigna de Juan Pablo II desde el inicio hasta el final de su pontificado. Sin embargo, una de las cosas que más nos auna en esta vida a los hijos de Adán es precisamente el miedo. A innumerables cosas. Y en este momento, de crisis económica, aún más miedos. Y tenemos miedos más profundos, entre ellos uno muy de moda: tenemos miedo de decir que somos católicos, que estamos contentos de pertenecer a la Iglesia, que vivimos y celebramos nuestra fe en comunidad, con sentido de parroquia y de Iglesia, no en un intimismo cerrado. Y en este ambiente, precisamente en éste, resuenan esas palabras de Jesús: ¡No tengáis miedo! En un momento en que todos pregonan sus verdades, en un momento en que muchos se ríen y ridiculizan todo cuanto tenga relación con lo religioso, en un momento en que no sabemos cómo ser fieles a nuestra tarea de evangelizar, la Palabra de Dios de este domingo sale a nuestro paso para decirnos: «Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día; y lo que os digo al oído, pregonadlo desde las terrazas.» He aquí un desafío fuerte para nuestra fe. O como dice un teólogo catalán: «La fe y la adhesión personal de los discípulos a Jesús deben manifestarse en la proclamación abierta y clara del mensaje del Maestro. El motivo por el cual el creyente-testigo no debe temer es que aquellos que se oponen al mensaje no tienen un poder real sobre la vida. El único dueño y señor de la vida y el que tiene poder sobre ella es Dios; si acaso es a Él a quien debe «temerse», puesto que solamente El decide el destino de salvación o de condenación de cada hombre según la actuación de éste con respecto a los demás». Tengo para mí que un segundo motivo para no tener miedo dando testimonio de Cristo es la confianza en el Padre. Si su providencia llega incluso a los seres a los que apenas damos valor, mucho más tiene en cuenta la vida de cada hombre. No es que el Padre desee la muerte del discípulo o testigo de Cristo; lo que quiere el Padre es que este mensaje de amor llegue a todos. La muerte, si viene por esta causa, es el sello de este testimonio. Aunque sean muchos y muy serios los motivos que pudiéramos tener para sentir temor, siempre será más fuerte el motivo que tenemos para confiar: Dios está de nuestra parte. La vida o la muerte, la salvación o la perdición definitiva de cada persona depende de la postura que cada uno tome ante Cristo. Al reconocimiento o confesión pública que el discípulo hace de Cristo corresponde un reconocimiento que Cristo hace del discípulo ante el Padre.