Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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HAY ALGO que no se puede entender, salvo que la sinrazón se haya instalado definitivamente entre nosotros. Lo que no se puede entender es que el idioma común de España y de 450 millones de hispanohablantes, no sea el idioma en el que se puedan educar todos los niños de España que quieran. Cuyos padres quieran. No se puede. Lo que es posible en Buenos Aires y Ciudad de México, en La Habana y Montevideo, en Bogotá y Santiago de Chile no lo es en el sistema público educativo de Cataluña. Y no será posible en el País Vasco a partir de 2009. En Euskadi, donde el 75 por ciento de la población habla español. Esta realidad es, además, un incumplimiento escandaloso de la Constitución. Pero, misteriosamente, así están las cosas. El disparate que vive y reina. Y da igual que exista Constitución y no digamos Tribunal Constitucional, tan extraño él, y por tantos motivos y productos jurisprudenciales. No hay palabras. No hay derecho. Pero muchos políticos están de acuerdo. Por acción y por omisión. Y los nacionalistas, encantados porque ellos quieren la independencia. El PNV quiere la secesión de Euskadi de España, el BNG quiere a Galicia con bandera en la ONU; y en Cataluña los nacionalistas y parte de la izquierda quieren la independencia. Y jugar la Eurocopa. Por eso andan tan tristes con la fabulosa marcha de la selección nacional de fútbol en el campeonato. Les duele en el alma. A lo mejor hoy sonríen. Ojalá que no. La persecución del idioma común de España es, además, doblemente clasista y antidemocrática porque a quien más perjudica es a las personas de rentas bajas. Porque los que tienen más dinero -como el muy nacionalista señor Montilla, cordobés él- bien que llevan a sus hijos a colegios privados, que se libran mejor del resentimiento soberanista. Que no quiere ser solidario con el resto de la ciudadanía de uno de los estados más antiguos e importantes del planeta si consideramos su rastro cultural al otro lado del Atlántico. Con todo, es imposible terminar con el castellano en parte alguna de España. Lo mismo que acabar con la aritmética. En el País Vasco se habla el español desde hace casi mil años, incluso el vasco está muy presente en los orígenes del idioma común. Y en Cataluña se habla castellano desde hace cinco siglos, como bien prueba la obra del gran poeta barcelonés Boscán. Y tantísimos libros, editoriales, acogidas, luces. Pero ahora hay muchas sombras. Desencuentros, rencores inventados, libros de historia falsificados. Manipulación de todo lo que no vaya directamente hacia la balcanización. Y luego el gran señuelo de la Unión Europea como destino futuro de las "naciones" de España. Cuando todos sabemos que ese porvenir es quimérico. Porque no podemos formar una misma nación con Letonia o Chipre, Finlandia o Malta, Polonia o Irlanda. Demasiado para el cuerpo europeo. La UE es lo que es: un club beneficioso para la economía, un parlamento que legisla mínimos y un instrumento para la paz. Que no es poco. Ahora bien, es muy legítimo no querer ser españoles. Lo que no se puede aceptar es que el ocho por ciento de los españoles decidan por la totalidad. Es la mayoría la que ha de decidir. No se puede fraccionar la soberanía porque en ese caso, y por ejemplo, Álava jamás formaría parte de una Euskadi independiente. Y tampoco la plural ciudad de Barcelona respecto de una Cataluña rural-clerical-nacionalista. El castellano es lengua hermana, amiga y compañera de las otras lenguas españolas; idiomas que debemos conocer, amar y tener por propios. Y admirar su capacidad de resistencia en tiempos infames. Pero ahora tenemos que resistir a otra infamia: la de los políticos secesionistas y sus compañeros de viaje, que instrumentalizan los idiomas para crear el odio. El odio, que es un camino para la secesión.

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