CRÉMER CONTRA CRÉMER
Sucede que sí podemos...
PARA LOS españoles clásicos, de la Gran Armada, de la batalla de Bailén y del descubrimiento de México lindo, era obvio el conocimiento: España podía ganar a Italia en lo que se refiere a la competición deportiva del pelotón y la patada. Podíamos y pudimos. No del todo, porque los italianos son duros de ganar, pero al fin, contados que fueron los penaltys finales, resultó que ganamos. Y en Viena, en Rusia, en el Escorial, en la mismísima Conchinchina, los hombres y las mujeres de bien, se echaron a la calle, envueltos en la banedera patria clamando, hasta romperse por gala en más de dos. Ganamos, ganamos, viva España, como en España ni hablar, ya iba siendo hora, que dijo el Rey Don Juan Carlos que ahora sí que en sus glorias está después de esta victoria que es como para poner freno a toda la parafernalia del Dos de Mayo y Goya el sordico. Los españoles, que por cierto acababan de sellar otro triunfo entre político y electoral, poniendo a Don Mariano Rajoy en la cúspide, en la cumbre de su partido, también pudo alardear de que podía ganar. Y ganó. Y todas las federaciones populares del Planeta le dieron la bienvenida y le desearon un futuro brillante y generoso, permitiéndonos mantener la esperanza de que nuestros apuros pueden estar tocando a su fin, sin demasiados muertos de hambre sobre el campo de batalla. Como diría César Vallejo, «El cadávez ¡ay! Siguió viviendo». Y seguimos viviendo con más ilusión que dinero ahora sí que, después de la victoria hispano-itálica, libres de sorpresas y de pretensiones alarmantes. Ni Doña Esperanza Aguirre, ni Don Juan Costa, están dispuestos a reñir otro encuentro a cara de perro, hasta conseguir ganar aunque sea por penalties. Se puede pensar que España al fin ha encontrado la huella del camino que le conviene andar para no acabar sometido al estado de desesperación por el que tienen que pasar los que pierden. Y si malo es perder en foot-ball y con los italianos de la Dolce Vita, mucho peor es perder cuando nos jugamos la dignidad de la patria, el color de la bandera, o la venta en el rastrillo internacional de los millones de inmigrantes dispuestos a saltar todas las fronteras, vallas o muros de contención. Porque ni con el hambre se juega, ni con la imagración conviene establecer contratos. Está ahora claro de que España puede. De que una muestra de esta enorme capacidad de recuperación de la sociedad española es que en sus episodios nacionales más dolorosos demostró con reacciones brillantes que sí podía, que solamente le faltaba que se convencieran de ello los políticos de alcance, que además de no saber exactamente cómo deben de traducir términos tan corrientes como miembro, que en femenino se convierte en miembra, le salen ayuntamientos disparatados capaces de quedarse con el santo y la limosna. España puede. León está en fiestas. ¿Quién dijo miedo? ¡Albricias! Le hemos podido a Italia¿ ¡Viva Pérez de Guzmán! «Cobra buena fama y échate a dormir con la esposa de tu adversario» (Ramón J. Sénder)