CORNADA DE LOBO
Pulsera de Ingrid
EN las afueras de la libertad, el tiempo se hace eterno, viscoso y plomizo. No corre. Ya no es tiempo de uno, sino de quien lo roba. Los minutos alcanzan a ser horas y en un año de cautiverio pueden caber siete vidas requeterrepasadas hasta herir la verdad y desbaratar el almacén de la memoria. Ingrid Betancourt ha estado seis años presa en una selva gigante hecha mazmorra (hiriente paradoja: sin libertad... y al aire ¿libre?). ¿Qué puede hacerse en todo ese tiempo para no volverse loco y arruinar el alma?... La vimos en esa selva sentada en un banquillo de palo y tabla frente a un pupitre de estacas, abatida la mirada, resignada a la fatalidad, flaca como una galga. Nada se veía sobre ese pupitre en el video y las fotos que se remitieron como prueba de vida, pupitre donde escribió alguna carta a los suyos sin poder empezarla porque al final se le tumbaba encima un alma vacía, según contó. ¿Qué estudiaría sin libros?... Debió ser mucho, porque Ingrid ha tenido que salir de allí doctorada cum laude en junglas, fangos y vilezas (la jungla era humana; el fango, político; y la vileza, un ladrido con correaje). Cada día, una lección; cada noche, un repaso... noches en vela, traslados intempestivos, amaneceres con angustia, canalladas de guardián, déspotas ilustrados, tontos dogmáticos, hambre y bazofia, amenazas, la burla por norma, la muerte sonriendo en cada árbol del que ahorcarse... hoy lluvia, mañana barro, pasado asfixia... mosquitos siempre, gritos en escudilla... y la gran duda mortal: ¿estarán los míos haciendo todo lo que pueden, se habrán rendido, me habrán olvidado?... ¿cuántas veces muere la fe en una cárcel?... ¿y cuánta verdad se acaba viendo en el carcelero?... Pero al fin, amaneció libertad y Betancourt la paladea, dice, como lo más parecido al paraíso. La dicha total y la gratitud se han isntalado en su rostro. Cantan las fotos. Pero hay un detalle del que nadie habla. En su muñeca lleva una pulsera tosca de dos vueltas hecha como con botones o arandelas, alambres tejidos, trabajo carcelario, sin duda, artesanía de preso rutinario. Es la misma pulsera que llevaba en las fotos de su cautiverio. Y de ella cuelga una cruz, muy tosca también y alambreada, de modo que sugiere un rosario esa pulsera. No ha querido apeársela. Cuando la fe se enrosca, la esperanza tarda más en morir.