Diario de León

Desafío extremo Sudáfrica (4)

Tormentas en el paraíso

Sometidos a la furia de la naturaleza, con olas de cinco metros y muy escasa visibilidad, las inmersiones en busca de tiburones se hacen muy peligrosas

Publicado por
Jesús Calleja
León

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Amigos, me encuentro en una localidad en Sudáfrica llamada Gansbaai, en la costa sur, cerca del cabo Aghulas, justo donde se cruzan los océanos Atlántico e Indico. Está considerado este punto como el paraíso para los tiburones blancos. Aquí se dan cita todos los años en esta época los grandes escualos que regresan puntualmente a cazar focas. Llegan tantos que nos aseguran que los podremos localizar con facilidad. La mayor concentración se registra en las islas Dyer, a pocas millas de aquí. Pero estamos teniendo un tiempo terrible. Las gentes de aquí dicen que hacía mucho tiempo que no recordaban tanta cantidad de días con mal tiempo. Afirman que en estas latitudes, en un solo día, se dan cita las cuatro estaciones del año, pero es que llevamos una semana entera de temporal. Los vientos son huracanados, con rachas de 80 kilómetros por hora, y las lluvias continuas, en ocasiones un auténtico diluvio; las olas de cinco metros en la misma costa y son mayores mar adentro. Hay inundaciones en tierra y se habla de algún muerto por las tormentas en Ciudad del Cabo. Y, lo más inédito, incluso ha aparecido la nieve en las montañas. Es puro invierno, y estamos sometidos a la furia de la naturaleza sin cuartel. Por esta razón sólo hemos podido hacer una inmersión más, desde la última crónica. Esta fue muy especial para mí. Pues en condiciones de mar muy malas decidimos salir en busca de nuevo del tiburón vaca. Otra vez descendimos a los bosques de 18 metros de kelp, donde merodea y se alimenta este tiburón que puede alcanzar algo más de los tres metros. La mar de fondo no nos deja prácticamente avanzar, por lo que hay que dejarse llevar por las corrientes. La sensación de estar en este bosque es extraña; sorteamos los fuertes tallos de kelp, zarandeados por el vaivén de las olas. La visibilidad, muy escasa, limita nuestra capacidad de movimientos, pues sabemos que los tiburones están ahí y hay que ver por donde vienen para tener seguridad. Hay que mirarles a los ojos para tenerlos controlados, por lo que la baja visibilidad es peligrosa en estas inmersiones. Yo, la verdad, me pego a mis compañeros como una lapa, aunque me obligan en ocasiones a tomar la iniciativa y avanzar delante para quitar miedos, mientras ellos otean el entorno por si aparece de sopetón el escualo. Es cierto que tengo el miedo metido hasta el último poro de mi cuerpo. ¡Estoy ahí debajo de ese océano oscuro y embravecido lleno de tiburones¡. Una vez más no hemos tenido suerte. El desánimo se instala en nosotros, y no tiene pinta de cambiar. Decidimos, antes de regresar, visitar un barco hundido que se encuentra a pocas millas, en mar un poco más abierto, a 36 metros de profundidad. Nuestro capitán Mike, al que bautizamos como tiburón martillo por sus marcadas facciones de la cara, busca en su GPS la localización exacta del pecio. Cree haber localizado el lugar y tira el ancla, mientras da vueltas alrededor intentando enganchar el ancla en el barco hundido. Después de un rato lo consigue, mientras el mar nos zarandea como un corcho en la barca neumática. Emilio se quedara en la zodiac, y justo cuando nos tiramos, en cuanto Mike nos avisa, arrecia la lluvia. Definitivamente, no tiene suerte. Pero ya me gustaría a mí quedarme con él. Nunca he bajado a tanta profundidad, y no me hace especial ilusión estrenarme en este lugar. Mike me ha contado que, aunque no es lugar de tiburón blanco, el mar no tiene fronteras y él se ha tropezado dos veces con él aquí mismo. Pero bueno, he venido a enfrentarme a mis miedos en el mar, así que no me lamento. Ahora toca sumergirme a 36 metros de profundidad, y será mi récord. Hasta la próxima. ESCRIBE: Siga la aventura en: www.jesuscalleja.es

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