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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ME DICE usted, señora mía, que por qué no suelo escribir ni platicar siquiera sobre temas, problemas y dilemas de política. Y no bastaría con que la dijera que me parece a mí que lo que escribo con la mejor voluntad y mejores deseos, no tiene eco y se queda en casa, como si dijéramos, porque el lector de periódicos concretamente, solamente atiende a los textos que emiten los medios de comunicación desde las grandes capitales, o más concretamente desde aquellos centros de opinión donde efectivamente la opinión que se emite de una forma o de otra, tiene eco y valor y el lector acoge la letra y la música de la noticia o del comentario crítico como el que oye llover. El que más y el que menos de los compañeros en esta misión a la cual me entrego con alma y vida, han escrito y publicado millares de artículos, de comentarios y de opiniones que muy bien pudieran servir para el mejor entendimiento de los problemas que nos afectan y nos duelen. Bueno, señores, ¿creerá usted que tantísimos modos de comunicación se quedan en nada, y que solamente los deudos del escriturario lee las columnas construidas con esfuerzo y con la mejor voluntad de estos esforzados ciudadanos al servicio de los demás? Y es que sucede, y usted, señora, debe comprenderlo, que lo que escribimos, lo que decimos y sobre todo lo que publicamos con nuestro nombre y apellidos al costado no importa a casi nadie y cuando sucede que en alguno de estos textos aparece aludido el problema clave de la ciudad, de la nación y sobre todo de uno mismo, resulta que aquellos responsables a los cuales va dirigida la súplica o la denuncia, se hacen la reflexión más inflexible: «Bah, dicen, es una opinión de ese chico o de ese hombre o mujer que no importa nada»¿ Sin querer entender que lo que importa del comentario que se desdeña no es porque con ello se niegue la personal validez de lo personal en la literatura, sino lo que ésta tiene de expresión válida de una situación crítica de la sociedad. Lo que el periodista o relator o analista hace es descubrir los males que afectan al país, no los males interiores del comentarista. Nos hemos acostumbrado a la aceptación, como artículo de obligado cumplimiento a regir nuestras opiniones de provincianos humildes y errantes, y cuando se nos ofrece la oportunidad de desvelar un secreto o una malversación, descubierta por un insignificante escribidor, como el que tiene el honor de dirigirse a usted, la gente lo toma a chacota o como diría el Piyayo, lo toma a risa. Y a mí, señora, me causa un respeto imponente, sobre todo, porque en esa indiferencia va recosida la defenestración del infeliz que se creía que estaba cumpliendo un servicio público. En tiempos de bastardía se nos imponían multas. En la actualidad se nos castiga de manera más taimada, pero no menos cruel e injusta¿ ¿Está usted de acuerdo, señora?