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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ESO ES EXACTAMENTE lo que nos sucede a los españolitos, madre, nos guarde Dios, que vivimos del aire, para el aire y amenazados de que el aire nos lleve lejos, tan lejos que no sean capaces los investigadores de dar con nuestros restos. Vivimos en el aire, nuestro esquema vital está deformado por los bandazos del viento, no acabamos de salir de los apuros, a los cuales estamos condenados. ¿Por qué? ¿Por quién? ¿Por nuestros malos pasos? ¿Por nuestra vanidad histórica? ¿Por la fragilidad mental de nuestros gobernantes? Todos, de una manera o de otra, estamos en condiciones de responder, porque los síntomas son claros y determinantes. Vivimos del aire. Y lo tremendo del fenómeno es que, pese a una situación cuasi trágica, que se anuncia peor en los días consecutivos, la sociedad, usted mismo, señora, y el que suscribe y la señora la limpieza, intentan sostener y no enmendar un sistema de vida que se lleva al aire: No tenemos para pan y tenemos para peras. Vivimos del aire y lo tremendo, por contradictorio, es que no acertamos a salir del embrollo en el cual, posiblemente hayamos sido nosotros los promotores de la catástrofe. Porque esto no queda así, esto se hincha como los globos de colores con el aire, por el aire y para el aire. Se me acusará -estoy seguro de ellos- de que e entrego, con cierta oculta fruición, a este descubrimiento, como si en la adversidad estuviera nuestro éxito. Y no es eso. Nosotros, miembros inferiores de la tribu, nos atenemos a lo que disponga el mando. Y el mando, los mandos múltiples que regulan nuestra vida, no saben por dónde les viene el viento y se dejan manejar por los vientos, convencidos ya de que no se dispone de argumentos ni de mecanismos para salir del atolladero. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos de tercera? Sencillamente, tirar de la cadena. Y elevar los peores pensamientos de que disponemos para dedicárseles, con todo cariño, a los señores gobernantes, incapaces de dar una en el clavo. Y ustedes nos perdonen, pero cuando escuchamos sus discursos, tan vacíos, tan adormecedores, tan exentos de razón y de fundamento efectivamente nos encomendamos a los santos titulares solicitando entendimiento para nuestras demandas y -¡ay de todos nosotros!- pan para cada día. Porque, señores de la sala, del Parlamento, del Senado, de la Santa Iglesia Catedral, estamos aproximándonos al momento estelar de nuestra tragedia: aquel en el cual nos sea obligado denunciar a quien corresponda de nuestra atribulada situación. Vivimos ya del aire. Estamos en el aire y carecemos de pilotos que nos permitan esperar un aterrizaje medianamente feliz. Ustedes, señores de la sala están empeñados en que vivimos todo lo bien que nos corresponde porque somos los más y los mejores en la competición de Centroeuropa, pero yo me permito advertirles que no todos los problemas graves de la tribu, se arreglan ni los pleitos se solucionan con un gol de Villa¿ Ni con la congelación de ciertos sueldos de fantasía. Por una sola vez y para que sirva de precedente. ¡Háganos caso, señor, y viva Pérez de Guzmán!