Diario de León

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UNA horda de excavadoras asola casas humildes, barrios populares o el chaboleo feo que enfaja esas ciudades a las que emigraron en los últimos diez años cuatrocientos millones de gentes; detrás viene una legión de hombres escoba acelerando el limpión de cara y culo que necesita Pekín y las demás sedes olímpicas para presentarse ante el mundo como recién peinados, con calzoncillo planchado y luciendo la sonrisa de cuero tieso que pone el diplomático cuando se caga en tus muertos. Aquel gobierno y su partido único se maquilla de civilidad porque sabe que durante los Juegos se infectará con cámaras de países infieles y fisgones maliciosos la pax augusta china, pax de hostión limpio y tijeretazo; y ha ordenado que no se sirva en los restaurantes su tradicional carne de perro (ganas tenía yo de probarla, si es que no lo hemos hecho ya por aquí y lo dimos por sabrosa caldereta). La nueva urbanidad china jamás la entenderá el chino puteao, porque también ha decretado el Estado que en estos meses no se podrá escupir en la calle (nadie en cinco mil años de cultura y tradiciones se habría atrevido a abolir la licencia, aunque nunca es tarde); ni tampoco podrá colgarse ropa a secar en las ventanas, teniendo la cosa, como tiene, una belleza cotidiana de flamear de sábanas y camisas, calzas y bragoncias como colgaduras festivas de la vida humilde y laborada. Escupir al suelo no se puede, pero echar un pedo al aire no se va a notar porque el cielo pekinés es una capota de tufo gordo color alabastro y hacia él escupe la industria china sin disimular la ventosidad mientras exclama ka güén kio tó ; y al cielo escupen los tres millones y medio de coches que ruedan a diario por sus calles (hay atletas que quieren correr con mascarilla y alguno acabará haciéndolo en ambulancia). Lava su cara China. Habrá mucha visita distinguida. En el cuartel de mi puta mili, y en todos los cuarteles, ocurre lo mismo: cuando viene el general se sacan las colchas nuevas y, al irse, se guardan hasta otra vez. Todo colectivo naufraga en estas hipocresías. Por eso el general dominico Lacordaire rompía el programa oficial en sus visitas y lo primero que pedía ver eran las letrinas (y según viera, proseguía o suspendía la visita). Las letrinas chinas, ¿dónde estarán?

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