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FRÍO en el rostro. Es agosto. Maricrú, no te me agobies. Te llamas a engaño cada año y profetizas: se jodió el verano. No aprendes; seguirá siendo agosto y el sol aún derretirá seseras (en Écija, más). Es el mes de la cuchillada, del yanoteaguanto y del pimpán. Es lo que tiene la caló: amodorra, nubla... o enerva. Esta tierra, sin embargo, aplaca el ardor y al asesino, refresca ya y el calor no te echa por la noche a la calle con silla de cháchara o con puñal y veneno como sucede en el sur tórrido. En agosto la cosa se reseca. Cruzas España y te hartas de secarral. Sólo donde hay árboles no parece todo incendiado en blanco pajizo, rastrojo y abrojo. Castilla tiene ejemplos hasta fatigar la mirada, pero muchas veces es paisaje de tentadora belleza ascética, un absoluto de naturaleza abstracta, porque en esas parameras, en sajaduras que labraron las escorrentías, se econden vallinas de primor que de lejos no se ven. Son pasillos verdes que se enclaustran con bardales de fresno, chopo negral y acacias, con su arroyo, unas fontanillas, frescor en medio de la parrilla paramera donde arden las piedras y se incendia el aire. Esto tiene un paraje vallisoletano al pie de un pueblo de piedra cana y amurallada. Abajo, junto a una coquetísima iglesia románica, encontró casa guapa y predio amplio para afincar retiros y encuentros un berciano bercianísimo de Bierzo sonoro, berciano universal que, como Ortega o Machado, descubrió la majestad del paisaje castellano, ese equilibrio entre la nada y lo excesivo, refugio de calma medicinal, pomada al canto cantado... y nos cantó tras sacrificar a los dioses de la amistad un cordero que salió del horno predicando indulgencias. Le sepultamos en el estómago con mencía a tope y hierba ensalada (estos pastos adustos hacen al cordero de manteca, ternura al diente). El gran berciano sacó guitarra y cantó los introitos y, después, los responsos. La cosa fue como un entierro irlandés, mucho charlar, brindar sin duelo y con apenas penas que no fueran el tener que despedirse. Y paseíto al derredor cercado con murete de piedra de dos siglos. Vimos reguerillas en el lugar, una alberca vomitando cristal, fontana sonando hasta un charcal con pollas de agua y algún curro bravo... asombroso. Seguro que Fray Luis de León estuvo aquí escribiendo algún verso. ¡Agua!... venga la fuente a lo yermo.