LITURGIA DOMINICAL
Y, yo ¿quién soy para ti?
ÉSTA es la pregunta que de diversas formas dirige Jesús, a lo largo del Evangelio, a los que pretendían seguirlo; es la pregunta que, a través de la historia, ha llegado hasta nosotros. Es la pregunta que el mismo Jesús, a través de su palabra, nos invita a responder de forma especial en este domingo. Confesar a Jesús como el Señor, como el Camino, la Verdad y la Vida, ayer, hoy y siempre, tiene un doble significado: es la manifestación de una madurez en la fe, pero es, al mismo tiempo, la opción por un estilo de vida, el de Jesucristo; y también es un compromiso. No podemos olvidar que, al menos hasta hace relativamente poco tiempo, accedíamos al cristianismo por mera inercia. Habíamos nacido en una familia cristiana y de manos de nuestros padres y en la misma escuela empezamos a abrir los ojos a una fe religiosa a la que, en muchos casos, no le hemos prestado el menor apoyo personal. Lo que recibimos, mucho o poco, lo hemos ido conservando, pero no siempre lo hemos enriquecido. Muchos cristianos tienen de Jesús una idea de «devocionario», que no alcanza, ni de lejos, a convertirlo en un ser vivo, con perfiles determinados, en «alguien» que está cerca de nosotros. Muchos cristianos no se han encontrado con Cristo, no lo conocen, no sabrían hablar de Él, no podrían desentrañar su doctrina ni señalar certeramente cuáles son sus características, cuáles sus ilusiones, cuál la finalidad para la que vino a la tierra. Muchos cristianos, en suma, no saben por qué y para qué son cristianos. Sólo saben que tienen un conjunto más o menos vago de verdades en las que dicen creer y unas fórmulas que repiten con más o menos conciencia. Y nada más. Hoy eso es muy poco y además sirve menos. Jesús nos invita a definirnos, a tomar partido. No se trata de que respondamos, casi como repitiendo el catecismo, lo que «sabemos» de Cristo Jesús (por ejemplo, que es Dios y hombre verdadero), sino de que digamos quién es para nosotros. Los que acudimos regularmente a la Eucaristía del domingo, seguramente podremos responder con confianza, aunque con humildad, que sí creemos en Jesús. Más aún, que estamos dispuestos, como Pedro, a seguirle, a vivir según su mentalidad, con todas las consecuencias, no «seleccionando» lo que nos gusta y orillando lo que nos parece exigente en su Evangelio. Precisamente la Eucaristía de cada domingo nos ayuda a este crecimiento en la vida cristiana, que ha de estar siempre en continuo proceso de maduración. Nuestra respuesta tendría que ser humilde, como la de Pedro después de la resurrección: «Señor, tú sabes que te amo...». Y la completaríamos diciendo: «Tengo fe, pero ayuda a mi fe...». La pregunta se mantiene planteada. Quien quiera considerarse seguidor de Jesús debe responder. Y no vale una respuesta cualquiera. Ni siquiera es suficiente responder que Jesús es el Hijo de Dios: hay que decir de qué Dios hablamos. Porque Jesús es Hijo del Dios de la Vida.