LITURGIA DOMINICAL
Una asignatura pendiente
EN AMBIENTES eclesiales se habla a menudo de la corrección fraterna, es decir, de tener la valentía y la honradez de corregir con claridad y caridad al que se equivoca. Por desgracia sigue siendo una asignatura pendiente. Con más frecuencia seguimos siendo más dados a criticar por detrás que a exponer nuestro punto de vista a las claras, después de pensar bien las cosas. Junto con ello, seguimos sin lograr la capacidad de perdonar incondicionalmente al que nos ofende, nos hace daño o «nos pone verde», con razón y sin ella. Todos somos responsables unos de otros. Es quizá la enseñanza básica del evangelio de hoy. Si somos hermanos no podemos desentendernos unos de otros. Debemos reconocer que lo fácil es desentenderse o limitarse a una crítica insolidaria, a espaldas del afectado. Debemos ayudarnos mutuamente a vivir como cristianos. Ni es cristiano despreocuparse ni lo es atacar sin amor, criticar para perjudicar. Seguramente todos lo haríamos mejor si entendiéramos qué significa que somos hermanos, hijos de un mismo Padre. Uno de los rasgos más característicos de nuestra sociedad es el individualismo, cada uno hace «de su capa un sayo». Huimos de la corrección fraterna, tanto pasiva como activamente: ni «ser corregidos» ni «corregir». Y paradójicamente rechazamos esta «corrección» en una época en la que exigimos correcciones técnicas en todo: en la puerta de mi coche, que no ajusta; en nuestro televisor, que no nos da una imagen suficientemente nítida; en la hechura del traje que nos acabamos de comprar. Se diría que, en la medida en que hemos conseguido precisiones tecnológicas increíbles a base de «corregir», en la misma medida hemos llegado a una irresponsable dejación de las conductas humanas, por «no corregir». Lo que pasa es que, para corregir, hacen falta dos cosas al menos. Una, mucha humildad. El que corrige no es infalible, sino un «servidor» dispuesto, a su vez, a «ser corregido». Alguien que conoce las palabras de Jesús: «El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea vuestro siervo». Corregir, por lo tanto, no es anatematizar, humillar, sino «valorar» al corregido. Nos atrevemos a «corregirle», precisamente porque «le valoramos». Y, dos: la corrección ha de partir del amor. No perdamos ese punto de vista. La corrección fraterna, o paterna, simplemente cristiana, son capítulos concretos del título global de la caridad. Corregir desde otras perspectivas, puede emborronar el resultado. El evangelio de este domingo termina con una promesa o constatación de Jesús que tiene plena resonancia en nuestra reunión eucarística de cada domingo: «Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».