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ARDEN las palabras en las trincheras mediáticas. La ha mangado Garzón con su pesquisa parroquial de fusilados y paseados. La España formal y de derechas respinga, reburdia y se encona echando patas al cielo: «Garzón, cabrón, que vas de estrella». Qué necesidad. Dicen algunos que es mejor olvidar. ¿Será cómoda piedad o mala conciencia?... Pero necesariamente habrá de sepultarse con alguna decencia a quienes les robaron incluso la mínima honra debida de una tumba y esperan en una vergonzante cuneta que alguien les libre de esa retroexcavadora de obras públicas que un día les triturará el cráneo y les trillará los huesos. Es obligación humana, es de justicia y orden del cielo. Es obligación cristiana, esa que niegan o burlan los que resacan paracuellos y curas muertos para lanzarlos a la cara de ese juez o del que busca a los suyos para no tener que morirse con la culpa de abandonar a su gente dejándola en el infierno zanjón de la ignominia para que sólo sirvan de abono y gusanera. Resuélvase de una vez la paz de esos muertos y quedémonos todos en paz de una puta vez. Alborotar el cotarro sólo se entiende como dar coces contra el aguijón delatando temores, culpas, sospechas o complicidades. No se entiende la escandalera, salvo que alguno tema muy mucho que con esos despojos se desentierren palabras últimas y el nombre de Caín, la mano homicida. Inquieta eso, aunque nadie hasta ahora ha planteado revisión judicial de casos y, si procediera, la persecución y juicio de los ejecutores. Sin embargo, de enconarse la cosa como alguno intenta, a más de uno le escarbarán la furia tentándole a hacerlo, que ya lo dice la ley y lo recuerda Garzón: «hasta que no aparece el cuerpo del delito, un crimen no prescribe». En el sur leonés de la sinrazón incivil, en cunetas de Albires, buscan ahora a una zanja donde amontonaron como apestados los cuerpos de una docena de estudiantes de Veterinaria y su profesor. ¿Cual fue su delito para que les doctorara en muerte cobarde un tiro descerrajado por patanes furibundos que escupían a la cultura, al pensamiento y a la libertad?... Haya, pues, calma en este trance. Hable sólo la lágrima, el susurro, la pala del enterrador legal... y el perdón pedido o el perdón dado, aún pendientes.

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