Diario de León
Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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EL CENTENARIO DE Ponferrada tiene tres fechas: 1908, cuando Alfonso XIII concedió el título; 2008, celebración del siglo, y por el medio de ambas, se han ido colando los dígitos de 1958. El año en que se cumplían 50 desde aquella firma real y desde la coronación de la Virgen aunque eso de las coronaciones de María es, para muchos, algo incomprensible. En 1958 yo tenía cinco años, pero no recuerdo nada de aquellos fastos, que he conocido ahora. Con la Virgen de la Encina peregrina por los pueblos, escoltada de políticos franquistas. Con paisanos emocionados ante la aparición de la Morenica bajo un corredor del Alto Oza o bordeando los pozos mineros. Con mujeres muy devotas por andenes y campos, callejas y bosques. Aquel mundo arcaico y opresivo ya desapareció. La democracia y el tiempo acabaron con él. 1958 es poco simpático para muchos, al revés que 1908. Cuando lo laico y lo creyente se acompasaron en la villa brumosa. Porque en 1908 había democracia. De mala calidad, sin duda, pero existía el parlamentarismo. En 1958, sin embargo, había una dictadura siniestra. Un régimen que le debía mucho al apoyo de la Iglesia de la cruzada y que se lo pagó concediendo al clero la educación de los españoles. Amén de censuras delirantes y otras obsesiones y aborrecimientos de cualquier cuerpo desnudo, libre y gozoso. Aunque la gente, eso sí, se las apañaba. No tanto los jovencitos, que fuimos torturados por un discurso represor y fanático. Tiempo lúgubre, sí. La celebración de 1958 fue fundamentalmente nacional-católica. Y de ese ceremonial quedaron muchas fotos que darán lugar a un libro muy valioso para los bercianos. Esas imágenes cuentan la vida a su paso por una ciudad y una comarca remotas en tiempos de un régimen castrante y castrense. Los grandes poderes de la guerra y la fe celebrando su victoria y su promesa de vida eterna en una región deslavazada, valiente y bella, plenamente agitada por los nuevos tiempos. Porque es, precisamente, 1958 el año central de un mito. Burdo mito: el de la Ciudad del Dólar. 1958 fue el año de máxima producción carbonera en el Bierzo. Año oscuro y a la par de cambio. Porque ya habían perdido su poder los inútiles falangistas, y un grupo de tecnócratas ridículamente piadosos, pero solventes en lo económico, estaban en los ministerios, poniendo orden, buscando Europa del modo que fuera. Porque sin Europa no hay España viable. ¿Y cómo era Ponferrada en 1958? Un burgo tristón y pueblerino que solo contaba con dos lugares de cierto nivel urbanístico: el parque del Plantío, bello siempre, y la plaza del Ayuntamiento, curiosamente más hermosa que ahora, pese a tantos intentos como se han hecho. También la calle del Reloj y la basílica en un entorno destartalado. Y luego el gran vacío, porque no había viaducto. El barranco, las piedras, la suciedad. Y el castillo, tan olvidado que nadie miraba para él y eso que era difícil no hacerlo. Un castillo erial. Carretones de marginados acampaban junto a la fachada. Y algún camión viejo. El barrio de la Puebla ya era el eje de la urbe entonces. Con sus dos calles de aura capitalina: las avenidas de España y de la Puebla. El resto, modestia y barajar. Clasismo y ahogo. Inflación de sermones y de uniformes. No había libertad, no había igualdad, no había dignidad, no había luz. La memoria histórica no sólo es la imprescindible tarea de localizar fosas: también es no olvidar aquel mundo cruel e injusto, barnizado de salmodias. Un tiempo tan distinto a éste, desarrollado, libre, rico, democrático. A mí que me den la Ponferrada de 2008, aunque la sienta rara por vivir tantos años fuera. Luego, eso sí, humilde e inagotable, queda la memoria personal de cada uno. Pero es algo privado, secreto. Imágenes en blanco y negro, la voz de los padres y de los sueños.

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