CRÉMER CONTRA CRÉMER
Comenzó el Cristo a padecer tormentos
SE APAGARON LOS FAROLES y se encendieron los grillos. Parece que la frase lorquiana convertida en modo de apertura periodística no produce los efectos que todos tememos. Porque nunca se sabe con certeza si el ocio que añoramos, después del veraneo oficial es bueno o es perversidad añadida. El caso es que así que desenvolvemos los trastos de la playa, estamos obligados a pensar seriamente en lo que se nos despliega amenazadoramente: El fútbol y sus angustias existenciales; la iniciación de los preparativos para conseguir un puesto escolar con las debidas dotaciones, el precio abrumador de los libros escolares y el primer contacto con las obligaciones políticas, después de que se nos está permitido revisar nuestras posibilidades económicas a la luz de la realidad. Porque, dígase lo que se quiera decir, que para eso nos encontramos en una democracia sustantiva, el panorama que nos propone la cruda realidad, lejos de servir para estimular nuestra capacidad de creación, de servidumbre y de colaboración, más bien nos lleva a solicitar un lugar en la ermita del pueblo. Porque más que para el trabajo, para el entendimiento y para la colaboración, estamos por la fuga. Pensar que la familia como entidad responsable de la educación y formación ética de los hijos está obligada a surtir a estos de libros y enseres por un importe, en el más comedido de los deberes, no inferior a los 900 euros, es como para abolir la función de la paternidad y dejar que los ángeles se hagan cargo de los niños que aspiran a vivir. Éste de la dotación escolar obligatoria es uno de los sustos con los cuales se ha de encontrar el desanimado y sacrificado padre de familia y el que nos tiene en vilo. Sea cual fuere la suerte y el resultado de la competición deportiva de nuestros representantes, que para el menester de sostenello y no enmendallo está el Ayuntamiento. Hasta tal punto y coma es esencial para la buena marcha de la Cultural, por ejemplo, la intervención generosa del municipio o si viene el caso o a la cosa la benemérita intervención de la Diputación, que para general conocimiento y efectos deportivos y políticos, el estadio donde se dirimían los trances en los que al parecer se jugaba o nos jugábamos el honor, la honra y la dignidad histórica, que se llamaba «Antonio Amilivia», en honor del abuelo del Amilivia que fuera alcalde constitucional de la ciudad, se llamará ahora y en la hora de la democracia, del «Reino de León» y viva Pérez de Guzmán. Que solemos gritar para animarnos, sobre todo cuando se nos informa que la mayoría de la comunidad leonesa, menores de 65 años, vive si a esto y lo otro se le puede llamar vida, con menos de 600 euros al mes. Cuando necesitamos soluciones en vez de oraciones, verdades en lugar de fábulas y espíritu emprendedor de verdad en los representantes oficiales u oficiosos para evitar que para que centenares, millares de seres humanos no se vean obligados a husmear entre residuos, para no perecer en la demanda. Y predicar la nueva doctrina: «Para triunfar, tres cosas, señor diputado: Saber, saber hacer lo que se sabe y hacérselo saber a los demás....»