LITURGIA DOMINICAL
Tener los sentimientos de Cristo Jesús
Eso es , en el fondo, ser cristiano. Hacer de la forma de actuar de Cristo la mía, tenerla como punto de referencia obligado y permanente. Pablo, que está esperando sentencia del tribunal romano, pide y recuerda a los cristianos de Filipos que den testimonio de Cristo, el testimonio de la concordia y del amor. Pablo les pide que tengan la grandeza de ánimo suficiente para superar el propio interés y abrirse con sencillez a los demás. Al pedir esto, Pablo se basa en un caso concreto: el de Cristo Jesús, que, siendo Dios, se hace hombre. Se trata de un paso incomprensible, indecible; pero que Dios lo emprendió porque quería estar abierto al hombre. Buscar el interés de los demás llevó a Cristo a despojarse de su rango. Esta dinámica existencial de Cristo Jesús señala al cristiano la pauta de su propia existencia. De alguna manera es la concreción de lo que Jesús nos dirá en el evangelio. El evangelio de hoy es muy sencillo y no hace falta que nos esforcemos mucho para comprenderlo. Jesús critica la conducta de los que sólo tienen buenas palabras, y alaba en cambio la de aquellos, peor hablados, que terminan cumpliendo la voluntad de Dios aunque sea a regañadientes. Comprueba que los santones de Israel, los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo, van a la zaga en el camino del reinado de Dios, mientras que los pecadores, publicanos y prostitutas, les llevan la delantera. Como en la parábola de Jesús puede ocurrir hoy en la Iglesia. Puede suceder que unos tengan las buenas palabras y otros la buena obediencia, que unos tengan los rezos y otros el amor al prójimo, que unos llamen bienaventurados a los pobres y otros sean los pobres y los bienaventurados, que unos digan «Señor, Señor» y otros cumplan la voluntad del Padre. Puede suceder, y sucede muchas veces. Incluso puede ocurrir que en el centro de la Iglesia se predique solemnemente el Evangelio de Jesús y que este Evangelio se practique mejor por los que no se llaman cristianos o por aquellos que viven con un pie fuera de la Iglesia visible e institucional, por los que consideramos hoy pecadores y publicanos. Un ser humano de fe es el que enfoca su matrimonio desde Dios y lo vive con las exigencias de generosidad, entrega, abnegación, amor y comprensión que su fe le está pidiendo; un ser humano de fe es el que se compromete en el mundo de los negocios viviéndolo con una exigencia de justicia y responsabilidad social que esté de acuerdo con sus postulados de fe; un ser humano de fe es el que participa, si tiene ocasión, en los asuntos públicos llevando todo el caudal de limpieza, rectitud y hombría de bien que su fe le pide; un hombre de fe es el que comprende al hombre y le ayuda, porque su fe se lo pide y no lo condena ni lo desprecia, porque su fe se lo impide.