CRÉMER CONTRA CRÉMER
Hablando se entiende la gente
NO SIEMPRE HABLANDO se entiende la gente, sino más bien todo lo contrario y agresivo: «Por la boca muere el pez». Sucede en León, que también es España, que los vecinos de mi barrio han creado una asociación de vecinos, al modo como se suele hacer en la mayor parte de los poblados, para analizar la gestión de sus representantes oficiales y también, como de paso y gratuitamente, para sugerir alguna de las soluciones que sin duda existen y que pueden servir adecuadamente para cubrir nuestras demandas y aliviar nuestros pesares. Una de las almas caritativas que existen y a veces se dejan ganar por la buena voluntad y el amor a la su tierra, que dicen los clásicos y que es la nuestra por cierto. Y este vecino generoso nos sugiere la idea de proclamar, mediante el periódico o la partida, el partido o la «compadrería», que convirtamos un término que amenaza con trocarse en ley y que suele formar parte del medio activo de la acción política, la palabra abierta y libre. Se suele justificar la licenciosa libertad del ciudadano para decir lo que no debiera ni pensarlo y abundar en discursos vanos, la mayor de las veces vacíos de sentido y perfectamente innecesarios. Se habla, se discute, se declama, no somos capaces de tener la lengua quieta. Y nos lanzamos dispuestos a dejar señal en el libro negro de los disparates. El mal-hablado no es precisamente aquel que escupe por la boca los conceptos más escabrosos, sino los que en un alarde de libertad democrática mal entendida se entregan al ejercicio de hablar, hablar, hablar. Nuestra política al uso y al abuso abunda precisamente en personajes y personajillos, masculinos, femeninos y neutros, que están convirtiendo los centros de conocimiento, de análisis y de entendimiento social en un barullo léxico desesperante. Se están inventando frases hechas que no hacen sino desconcertar. Y si de profesionales políticos se trata es como para rasgarse las vestiduras y declarar el estado de emergencia intelectual. Escuchar a veces los razonamientos de alguna señora ministra en acción es como para declarar el estado de guerra y si de un barbado varón se tratara, no parece sino que intentara convencer a su parroquia política largando vendavales de tonterías, garantizadas, eso sí, por su situación en tal o cual estadio público en donde se realizan diariamente, desde hace años, los malabarismos más extravagantes simplemente para justificar el beneficio económico que le reporta. Me doy cuenta de que mencionar siquiera el problema y apuntar hacia donde brota la barbarie no ejerce ninguna influencia y estamos seguros de que seguiremos por ejemplo inventando vocabularios y gramáticas bárbaras, pero así es la manera de entender el diálogo o el monólogo político de la España en línea y a él nos vemos obligados a atenernos, porque es que si se nos ocurriera (que no se nos ocurrirá), enmendar alguno de los disparates que forman parte del diccionario del buen retórico político, o se nos declara enemigo del Reino o se nos condena a morir con discursos envenenados hasta las próximas elecciones. Mientras tanto y para penitencia, gritemos: ¡Viva Pérez de Guzmán!