A LA ÚLTIMA
Tormenta final
JAMÁS hubiéramos podido pensar, hace bien poco, que el todopoderoso Bush, en un intento desesperado por aliviar la maltrecha economía del país más rico de la tierra, intentaría, en lo que se ha llamado «operación rescate» utilizar el método de la nacionalización, algo casi prohibido para la ideología que él representa. Jamás habríamos imaginado, tampoco, que los mismos congresistas que le elevaron a los altares le dieran la espalda, a tan solo dos meses de las elecciones, de modo tan clamoroso y haciéndole vivir la mayor humillación de su mandato. Dicen y no sin razón que la tormenta en Washington, que provocó rayos y truenos en Wall Street con una de las mayores caídas de toda su historia, es la prueba del algodón de que estamos asistiendo no sólo a una crisis financiera sin parangón desde el desastre del 29, sino también al principio del fin de un cambio de modelo político e ideológico. Si la caída del muro hace años desmoronó como un azucarillo al régimen comunista y dejó al descubierto sus vergüenzas, ahora la caída en picado de la economía americana pude provocar y dejar al descubierto las vergüenzas del capitalismo salvaje, que ha permitido que la especulación con productos de alto riesgos deje tras de sí a unos cuantos ejecutivos multimillonarios y a muchísimos incautos desamparados y el barco deriva. Lo que pretende Bush es que ahora los contribuyentes americanos paguen de su dinero los desmanes de los bancos, los mismos bancos que ejecutaran sin pestañear el deshaucio de su casa si no pagan sus prestamos por falta de liquidez. Sea como fuere y aunque finalmente el presidente americano consiga sacar adelante el plan de rescate financiero, este puede ser sólo un mal menor ante una crisis demoledora de consecuencias impredecibles. Estamos en unos momentos de tal desconfianza que nadie se fía de nadie y no hay economista, por fino que sea, cuya previsión se sostenga más de 48 horas. En medio de esta tempestad sólo hay dos opciones o esperar a que escampe sin inmutarse, aunque te arriesgues a que la tormenta te arrastre -modelo Zapatero- o ponerte manos a la obra, tirar de la chequera del estado y a ver que pasa como están haciendo varios gobiernos de Europa dando por buenos los principios básicos de la nacionalización. ¡Quién nos lo iba a decir!