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LITURGIA DOMINICAL

¿Qué frutos de vida damos?

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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LA DIÓCESIS DE LEÓN celebra este domingo la solemnidad de San Froilán, testigo veraz, en el tiempo en el que le tocó vivir, de la buena nueva del Evangelio, dando frutos de vida cristiana. Como el ámbito de este diario supera el diocesano y, como coincide en domingo, al igual que el próximo en que celebraremos a la Virgen del Pilar, en ambos nos acercaremos a los textos bíblicos de los domingos (27 y 28 del Tiempo Ordinario). La vida cristiana es don y es tarea, es gracia y es esfuerzo diario. El don de la fe, transmitido de forma oral y vital, de generación en generación, necesita que se traduzca en un estilo de vida, en una cultura y en unas relaciones humanas evangélicas. El Evangelio ni es letra muerta ni una propiedad privada, es una forma siempre nueva de concebir y estructurar la vida y la vida de cada día; no podemos descuidar ni dejar infecundo su mensaje. Cada uno de nosotros tenemos una cuestión personal con Dios que es inaplazable e insoslayable. Nuestra vida, en el fondo, es un «conflicto con Dios», conflicto que se dirime y ventila en cada momento de nuestra existencia. O nos consideramos herederos que han de dar cuenta de gratitud o nos consideramos dueños de lo que nos han dado. La rebeldía está agazapada en nuestro interior. Espera cualquier oportunidad y la aprovecha con los mejores argumentos. A la luz de esta parábola confrontemos nuestras actitudes con respecto a Dios, con respecto a la Iglesia, con respecto a nuestra vocación. Preguntémonos en qué medida enfocamos nuestra vida como algo dado de lo que hemos de dar cuenta o como algo nuestro de lo que podemos hacer lo que nos parezca bien, sin norma y sin referencia superior. En buena parte de nuestra sociedad hemos matado al Hijo y nos encontramos con un mundo «liberado», en el que miles de hombres y mujeres mueren de hambre y miles de niños no alcanzarán la edad adulta, porque otros miles de hombres que han nacido en países civilizados se permiten el lujo de no abdicar ni un milímetro de sus privilegiadas posiciones. Y es natural que lo hagan, porque, si ellos son sus propios dioses, no hay muchas razones válidas para que desciendan de su pedestal. Hemos matado al Hijo y nos encontramos con miles de hombres y mujeres aniquilados por la droga, una realidad escalofriante detrás de la cual están millones y millones de dólares, manejados por gente que, como tiene dinero, tiene poder y pasa indiferente por encima del dolor y la muerte de los demás. Hemos matado al Hijo y nos encontramos con corrupción de menores, con mujeres explotadas, con emigrantes excluidos, porque el placer no parece tener ya unos límites sensatos. Hemos matado al Hijo y nos encontramos con el auge de las echadoras de cartas, los astrólogos y los magos, a los que acude la gente que, por supuesto, no cree en Dios ni admite su Providencia, para ver cómo va a influir en ellos la conjunción de los astros. La palabra de Dios denuncia todo lo que degrada al ser humano o deforma su imagen de hijo de Dios. Lo que promete y anuncia es un orden nuevo, construido sobre la piedra que desechan los artífices del egoísmo y el mal. Esta piedra es Cristo, arrojado de la ciudad y marginado hasta la muerte por las autoridades de Israel. Esta piedra es Cristo, solidarizado en la cruz con todos los marginados del mundo y con los que no cuentan. ¿De parte de quién estamos?

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