Diario de León

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CON la muerte el pasado domingo en Santurce (Vizcaya) de una joven, en lo que llevamos de año son ya 50 las mujeres asesinadas por sus maridos o ex parejas. En 2007 fueron 99 las víctimas de esta verdadera epidemia criminal. No ignoro que cada caso es peculiar y remite a sus circunstancias, pero todos tienen un elemento en común: son parricidios, crímenes perpetrados por la mano de alguien a quien la víctima conocía, en quien algún día confió o de quien, incluso, estuvo enamorada. ¿Por qué está pasando esto? ¿Por qué tantos crímenes? ¿Por qué la Ley contra la Violencia de Género no ha resuelto tampoco el problema? Son muchas las causas pero creo que la primordial habría que buscarla en la educación, en el tipo de pautas culturales y sociales que marcan las relaciones de convivencia. En el arraigado machismo que todavía no hemos extirpado en nuestra sociedad. Son muchos los varones que no han superado la revolución que entraña la igualdad entre mujeres y hombres. El acceso de la mujer al trabajo apareja su independencia económica y como consecuencia positiva: su independencia personal. ¿Qué trascendencia tiene este hecho en las relaciones de pareja? Pues una y capital: lograda la independencia económica, la relación en el seno de la pareja se basa en la igualdad y no en la necesidad. Descubrir que la mujer -que trabaja- ya no les necesita para subsistir destruye la concepción del rol que corresponde al macho en la pareja tradicional; éste hecho provoca en muchos casos inseguridad y en otros reacciones violentas. Muchos hombres maltratan a sus mujeres, novias o compañeras porque se sienten impotentes ante ellas, frustrados, como digo, en su estatus masculino tradicional. Ella ya no necesita al varón para vivir y si decide terminar la relación, si no se siente satisfecha, si decide cortar: lo hace. Y ahí es donde algunos hombres cegados por la pérdida de «poder» se dan a la violencia que, en ocasiones -y tal como ocurrió ayer- puede llegar hasta el crimen. Tener en frente a una mujer que tiene y defiende su criterio; que no se deja imponer decisiones ajenas, irrita. Irrita hasta la cólera. O el crimen. Como el que antes de ayer perpetró el asesino de Santurce.

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