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Publicado por
ROSA VILLACASTÍN
León

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A LOS PERIODISTAS como los médicos o los ingenieros, a veces nos traiciona la memoria. Es lo que esta pasando estos días con motivo de la recepción que tendrá lugar en el Palacio Real mañana, después de que finalice el desfile militar. Una recepción que comenzó a celebrarse en tiempos de Felipe González y que tenía el aliciente de que los periodistas acreditados podíamos charlar a «calzón quitado», con los Reyes y con los políticos asistentes a la misma. Con el paso del tiempo aumentó el numero de invitados, y lo que comenzó siendo para políticos, autoridades del Estado y Cuerpo Diplomático acreditado en España, se convirtió en una recepción no digo que multitudinaria, pero casi, a la que accedían también los periodistas más conocidos o famosos, que como es lógico seguían ejerciendo de tales cuando hablaban con los Reyes o con los presidentes de Gobierno de turno. Con los años, los cada vez más numerosos asistentes, y la desenvoltura de los compañeros más jóvenes, ha obligado a reconsiderar la política informativa de palacio. La decisión ha sido que este año no habrá periodistas acreditados pero sí muchos compañeros de fatigas invitados al rico canapé, en un número superior al de otros años. Se elimina también la proliferación de cámaras de Televisión y de fotógrafos que hacían interminable el «besamanos» de la familia real. Mañana sólo estarán en el salón del Trono, un cámara de TVE y un fotógrafo de Efe, que repartirán el material al resto de los medios. Es indudable que lo que se pretende evitar son los apartes de los reporteros del corazón, el griterío y que le metan la alcachofa al Rey o a cualquiera de los miembros de su familia. Algo que nunca se había hecho hasta que con motivo de la Eurocopa de fútbol y los Juegos Olímpicos de Pekín, los reporteros de deportes lo hicieran, pero no solo ellos, también algunos otros enviados desde Madrid con el fin de obtener de los Príncipes de Asturias instantáneas exclusivas, que después serían comentadas en las tertulias unas veces con el respeto debido, y otras sin encomendarse ni a Dios ni al diablo. El resultado no se ha hecho esperar. La familia real trata de evitar así que se dé una imagen distorsionada tanto de su actividad profesional como de su vida más intima y personal. Una imagen que por cierto, tanto esfuerzo y trabajo les ha constado construirse en estos últimos treinta años.