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LITURGIA DOMINICAL

¿Qué banquete nos interesa?

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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EN CIERTO MODO las lecturas de este domingo, en que celebramos a la Virgen del Pilar, siguen con la temática del domingo pasado. Dios Padre nos da su confianza, nos hace sus hijos. ¿Qué pinta esto en nuestra vida? ¿Nos sentimos de los suyos, de su familia o, como dice un refrán popular, sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena? La fe cristiana, correctamente aprendida y vivida, no es un «amarga-vidas»; el Evangelio no nos habla tanto de caras tristes como de compartir con los demás la vida, la alegría de ser hijos de Dios, de ver al prójimo, no como un rival, sino como un hermano. El Evangelio en su conjunto nos lanza más a hacer de la vida una fiesta, un convite, que un funeral de tercera. Eso sí, nos habla de un convite sin excluidos, sin comensales de primera, segunda o tercera clase. Nos habla de la necesidad de la justicia. Pero nos habla, sobre todo, de la necesidad de la caridad, de un amor hacia los demás, sin ningún tipo de exclusión y que se concrete en obras. Esta parábola es muy parecida a la de la viña. En ambas ocupa el hijo un lugar destacado, es similar la violencia ejercida contra los criados, se da un cambio de destinatarios... La diferencia fundamental estriba en que en ésta se ofrece un banquete -perfectamente actualizado en la Eucaristía-, mientras en la de la viña se piden unos frutos; ésta está vinculada a la fiesta, la otra hace hincapié en la finalidad del trabajo. La vida cristiana es, indisolublemente, las dos cosas: fiesta y lucha. Predicar el evangelio es ofrecer a los hombres una fiesta interminable, más segura que cualquier otra fiesta que pueda alegrarnos. Porque toda fiesta, por noble que sea, termina cuando finalizan los días del hombre sobre la tierra; pero la fiesta del Dios de Jesucristo lleva a la comunión plena y para siempre con todo lo que amamos. Los que viven en la abundancia, del color que sean, tienden a guardar, conservar, retener, defender lo que tienen; frenan la marcha de la historia y se quedan fuera de ella. Lo que tienen les basta. No quieren el mundo nuevo. No quieren que exista otro modo de vivir en la tierra que el que ellos han fabricado y en el que viven tan bien. No pueden tolerar que se incite a alumbrar una situación distinta. Defienden sus privilegios con todos los medios imaginables. Esto es historia constante; no exageración. Ha pasado siempre y seguirá pasando. Como todas las parábolas del reino, tiene un significado que va más allá de su contexto histórico inmediato. Incluido el secuestro de Dios por los que lo niegan con sus obras, que no con sus palabras. El tema de la responsabilidad personal, de la respuesta a la llamada, no es el central de las lecturas, pero sí un contrapunto que el evangelista no quiere que olvidemos: los llamados al banquete pueden negarse a asistir y quedan al margen de la salvación; pero entre los que sí asisten, también los hay que pueden quedarse al margen, por no llevar el vestido adecuado, por no responder al estilo de vida que Dios quiere entre los suyos: el estilo de Jesús, el estilo del Evangelio. Llamarse cristiano, pertenecer a la Iglesia, no es ninguna garantía de nada, si uno no vive según Jesús, si falta el vestido del amor.