LA GAVETA
Un berciano en León
HE PASADO UNA semana en León, nunca tanto tiempo. Antes, solo había estado cuatro días en 1990. Por cierto, en una de aquellas tardes de 1990 vi por la calle Ordoño a Antonio Pereira. Le saludé, charlamos un rato. En estos días también le vi, y mucho. Y siempre poco. Me guardo, como resumen de estas fechas, su rostro en la cena de homenaje que le ofreció el DIARIO DE LEÓN el día 2 de octubre en el parador de San Marcos. Recuerdo los veintitantos comensales charlando, ya en los postres o muy cerca. Gentes ilustres de la economía, la política, la educación. Y mientras yo hablaba y reía junto a Luis Mateo Díez, José María Merino, Carmen Busmayor y Ernesto Escapa, don Antonio quedaba algo lejos, al centro. Y muy cerca. Don Antonio, sonriente, ensimismado, misterioso. Patriarca que es de todos los bercianos. De todos los leoneses. Sentí emoción, entonces. Una emoción lejana, honda. Que venía del Burbia y de allí mismo. Sentí la verdad de Antonio Pereira, una vez más. En su modo de mirarnos a todos. Luego nos fuimos a tomar unas copas. Se formó un pequeño grupo bajo la presidencia fáctica de José Antonio Alonso, portavoz socialista en el Congreso de los Diputados. Era medianoche, los bares estaban ya cerrados y por fin apareció uno abierto. Un local de tantos donde pasamos un buen rato hablando de León, de escritores, de Juan Benet, de gentes pintorescas de la comarca de Luna. Después también resultó que el amable mesonero era de la zona, y comentó nombres de gentes remotas y rurales con el ex ministro, que estaba al tanto. Todo gracioso, inesperado, cordial. Sencillo. León, sí, un estilo de andar por el mundo. Y no veo tantas diferencias entre la llanura, la montaña o el Bierzo. Aunque las hay. Pero son menores que las que demarcamos con otras regiones vecinas, y, también queridas y casi propias, como Asturias o Galicia. Las gentes de León se parecen más a las de La Bañeza o a las de Cistierna que a las del Bierzo. Eso se nota. ¿En qué? En el hablar, desde luego. Y tal vez en un tono vital más serio, más grave. En el Bierzo la gente es más melosa. Pero, también, acaso, más reservada. Se hace más ruido y se esconde más territorio de cada uno. Hablar así es un poco absurdo porque nada hay más discutible que estas generalizaciones. Pero es evidente que entre el Bierzo y León hay diferencias. También noté que León está más trabado con las demás ciudades próximas: Palencia, Oviedo, Zamora, incluso Valladolid o Burgos. Ponferrada, en cambio, solo tiene como gran referente a León. Porque Lugo está detrás de una cordillera. Y Ourense es remoto, incluso desde el Bierzo. Me gusta mucho León, siempre me gustó. Y, como leonés del Bierzo, me enorgullece que la capital de mi provincia sea una ciudad tan bella, tan armoniosa. Con tres edificios extraordinarios: San Isidoro, San Marcos, la catedral. Y tal vez convenga recordar lo que dijo Borges: que en España había pocas cosas, pero que parecían eternas. En León sus tres grandes edificios son eternos. Una de las noches salí a dar un gran paseo por las Eras de Renueva. Yo no entiendo de urbanismo, pero me parece que esa zona -que no conocía- está muy bien diseñada. Es abierta, amplia, generosa de espacios. Algo así me habría gustado para la Rosaleda de Ponferrada. León: tal vez los bercianos no te conocemos bien. Demasiada carga ideológica llevan los viajes a la capital. Pero si uno se desarma, si uno pasea por la ciudad con sosiego y los ojos bien abiertos, León es un placer urbano y humano muy cercano, muy sabio, muy antiguo, muy cabal. Eso sí, los que venimos del Mediterráneo, apreciamos un mayor formalismo. Indumentario y algo más. Debe ser un residuo del aura judicial-bancaria que tanto tuvo la urbe. Hoy felizmente sustituida por los aires universitarios. Por sus dulces poetas góticas.