CRÉMER CONTRA CRÉMER
La guerra de los mundos
DESDE LA FAMOSA obra de Wells sobre «La Guerra de los Mundos» han sido numerosos autores los que se han ocupado de recoger datos, más o menos, históricos, sobre otra tremenda conflagración bélica con el mundo en armas. Esta situación, absolutamente verídica y confirmable, se repite a escala local, regional y nacional, sin que haya al parecer ningún deseo de encontrar un signo feliz que nos permita vivir en paz. Parece tener algún fundamento la cláusula que el militarista nato dejó escrito en los anales bélicos: «El estado de guerra de los pueblos y de los hombres, decía al técnico de la guerra, no es sino el estado de preparación más idóneo para prepararse para la guerra». Desde el Conde Fernán González y los jueces en piedra del Arco de Santa María, a la entrada del Burgos histórico, se ha venido peleando con Castilla intentando establecer vías de desarrollo sí, pero también o sobre todo un estado de templanza, de entendimiento y de salud mental e histórica que nos permita a los leoneses, herederos del título de Viejo Reino y a la Castilla del Mío Cid, aquel que cabalgaba por necesidad: Por necesidad batallo y una vez puesto en la silla se va ensanchando Castilla delante de mi caballo. Vivir desde entonces, que es tanto como decir que desde los primeros vagidos de Castilla y de León para ser pueblos civilizados, frente a la morisma y a los bandidos de la Sierra, pues desde hace siglos, no acaban de encontrarse pacíficamente ni los unos ni los otros. Y cuando no es por pitos económicos, es por entendimientos tardíos de la biografía de ambos pueblos, nos andamos tirando piedras con honda con el propósito, no de descuartizarnos, sino de intranquilizarnos. Porque la sangre, afortunadamente, nunca llegó ni al río Bernesga ni al Arlanzón. Pero la paz de ambos y su convivencia pacífica, histórica y persistente, no parece posible. Y por un quítame allá esa industria o ese título o esa merced, buscan ambos y encuentran tiempo y lugar para la refriega. En la novísima tentativa de guerra de exterminio entre Castilla y León, se manifiestan actitudes de encono dignas de ser anuladas por las buenas o por las legales. Nada menos que la Junta, que preside el ilustre, digno y benemérito Juan Vicente Herrera, de talante comprensivo y dialogante, o en quien haya delegado el compromiso, ha orquestado desde Valladolid, campo de batalla, una pugna, dicen desde Valladolid y Burgos contra León. Y el alcalde a otro alcalde se están tirando flechas envenenadas. Y los castellanos de Valladolid dicen que el alcalde de León, el singular y bien nombrado Francisco Fernández, peca mortalmente de provinciano, y León se irrita, se subleva contra la Junta y no declara la guerra a Burgos por el Cid, pero obliga a los contendientes a recurrir a la suprema potestad de la nación para ver de encontrar un punto de encuentro feliz. ¡Coña, que ya estamos, los unos y los otros, hasta la cintura cuando menos de guerras y más ahora, que no tenemos ni para adquirir balas de fogueo...